sábado, 31 de enero de 2009

El petardo

En las pasadas navidades, observé como un padre acompañaba a sus dos hijos pequeños a un descampado para tirar unos petardos. Vigilaba, administraba y dirigía el encendido y lanzamiento de los petardos. Se le veía disfrutar más que a los pobres niños que actuaban como autómatas.

Esto me transportó a mi infancia. En Heliópolis existía una juguetería llamada "La Milagrosa". En su escaparate se mostraban las últimas novedades de la época, los famosos "Madelman" y "Geyperman". El interior parecía una cueva, disponía de poca luz natural, resultando una estancia bastante oscura y claustrofóbica. Los juguetes llenaban todos los espacios: el Quimicefa, el Scalextric, los Juegos Reunidos Geyper...etc. Para aprovechar al máximo el local algunos colgaban del techo. El final del pasillo estaba delimitado por un mostrador de madera y por su dueño siempre un poco enfadado.

Nosotros sólo comprábamos petardos. Disponía de un auténtico arsenal. En cantidad, suficiente como para volar el cercano campo del Betis. En variedad, los había de todos los tamaños.

Los más grandes los usábamos para volar cacas de perro. Mientras más frescas fueran éstas más espectacular resultaba la explosión. Con los medianos hacíamos saltar por los aires los soldatitos de plástico.

Sin embargo mis favoritos eran los pequeños, ideados para introducir en los cigarrillos. Tarea en la que me consideraba todo un maestro.

Corría el año 1.981 y mi hermana mayor accedía a la Universidad. ¡Aquello era un acontecimiento!. La verdad que se había hecho mayor. Ya no llevaba el uniforma de "La Doctrina Cristiana" y vestía un poco rara como hippy-progre años 70. También había comenzado a fumar. Todo esto naturalmente a espaldas de mi padre. Con esta información conseguía todo lo que quería tras someterla a un chantaje sin escrúpulos "¿A qué me chivo y se lo digo a papá?".

En su primer día de universidad, le quité el cartón de cigarrillos "Fortuna", los manipulé y les metí a cada uno de ellos un petardo. Dejé de nuevo el paquete en su sitio. Aquel día mi hermana repartió generosamente algunos cigarros entre sus nuevos compañeros (igualito que ahora que nadie comparte ni un cigarro).

Aún retumba en las paredes de la Universidad de Historia el grito que dió mi hermana aquel día ante sus asombrados y asustados amigos: "¡El imbécil de mi hermano!".

jueves, 29 de enero de 2009

Heliópolis

El barrio de Heliópolis nació en los años veinte con motivo de la Exposición Iberoamericana de Sevilla del año 1.929. Constituido por multitud de casitas, tenía como objeto acoger a los turistas que se esperaban para la exposición internacional. Por esta razón a los chalets se los llamó "Hotelitos del Guadalquivir".



Tras la clausura del evento muchas casas quedaron abandonadas y sólo algunos años después las viviendas fueron ocupadas por familias que buscaban la tranquilidad de la zona, ya que Heliópolis quedaba muy alejado del centro de la ciudad. Tanto es así que cuando sus habitantes iban al centro decían "Vamos a Sevilla".

En una de estas casas vivieron mis abuelos durante más de 50 años. La verdad es que yo en parte me crié allí con ellos. Y de esta época, años 70, y de este barrio, tengo unos recuerdos imborrables.
Sus calles se encontraban permanentemente perfumadas por los naranjos. En primavera el azahar impregnaba el ambiente de una fragancia imposible de olvidar.
Los naranjos rivalizaban en número con la legión de niños que poblábamos las calles, habida cuenta que muchas familias que residían en el barrio eran numerosísimas, algunas de hasta catorce hermanos.
El barrio contaba con dos grandes colegios. "La Doctrina Cristiana" para niñas, y el "San Antonio María Claret" para niños. En este centro cursé mis estudios completos, desde jardín de infancia hasta COU.
Todas las tardes sobre las siete y media se podía observar como un ejército de ancianitas tomaban las calles y se dirigían con paso lento pero decidido a asistir a misa de ocho. Mi abuela no era una excepción y nunca faltaba a la cita.
Avelino, La Milagrosa, El Rubio, el puesto de chucherías de Miguel, La Plaza de Abastos, la panadería de Antonio....tantos recuerdos, tantos lugares. Muchos de ellos ya han desaparecido.
Quizás también haya desaparecido "El hombre del saco". Nunca le llegué a ver, salvo en mis peores pesadillas. Pero mi madre aseguraba que raptaba a los niños que osaban ir al cercano cauce del río Guadaíra. Los introducía en el saco y no regresaban jamás.
Aparentemente todo sigue igual, en mi interior pienso que no es así. La tranquilidad, la seguridad y sobre todo la familiaridad que se respiraba en aquellos años se ha perdido para siempre.

domingo, 25 de enero de 2009

Viaje a los lagos. Capítulo IV y último.

Sábado Santo. Año 1.995.

Durante la noche habíamos desechado la idea de regresar a Sevilla, era más apetecible continuar nuestro viaje hacia las plácidas playas de la Costa del Sol y una vez allí ya veríamos como regresar. Para ser más exáctos nuestro viaje concluiría en Torremolinos.

Sin pensarlo dos veces recogimos nuestros pertrechos y pusimos rumbo a la bella población de Ardales principio o fin del Parque Natural según se mire. En la fuente de la plaza hicimos acopio de agua para nuestro viaje de aproximadamente 60-70 Km. Las provisiones se habían extinguido y no teníamos que llevar a la boca, ya comeríamos algo al alcanzar nuestro destino.

Los primeros tramos resultaron de extrema dureza por sus prominentes pendientes. El resto del camino, que buscaba el mar junto al río Guadalhorce, fue cuesta abajo. Nos dejábamos llevar disfrutando del paisaje. Aún así la falta de alimentos nos pasó factura y sufrimos de varias pájaras antes de alcanzar Torremolinos. Llegamos en un estado de forma lamentable.

Después de buscar entre los centenares de restaurantes de La Carihuela, encontramos la pollería más barata, no sólo de Torremolinos sino de España. Las últimas 600 pesetas las invertimos en un hermoso pollo y abundante pan para mojar en la salsa.

Con el estómago lleno esperamos plácidamente que cayera la noche sobre el muy animado paseo marítimo de Torremolinos.Entre tanto llamé a casa de mis padres desde una cabina de teléfono a cobro revertido para informarles un poco de nuestra situación y sugerirles que se pasaran a por nosotros el Domingo. Mi padre me dijo que nos volviéramos en bicicleta. Después de este fracaso la segunda llamada fue a mi hermano que aceptó a regañadientes porque según decía su Seat Panda sólo respondía en un radio de acción de 30 Km y no de 200 Km. Así que tendría que buscar otro coche para recogernos. Finalmente mi amigo Capitán accedió a dejarle su Ford Fiesta del año la pera. No concretamos la hora de la recogida, pero sí el lugar.

Llegado el momento plantamos la tienda en la playa y pasamos la noche roncando. Por la mañana recogimos la tienda temprano. En el interior de la misma encontramos un pan más duro que un cuerno. Había permanecido en el interior desde nuestra salida unos días antes y había convivido con calcetines y calzoncillos. Con un poco de salchichón seco me comí el pan. Mi amigo más sibarita no accedió a probar nuestra última dotación culinaria.

Domingo Santo.

La mañana dió paso a la tarde y esta a la noche, durante este tiempo nos tostamos al sol y acabamos como salmonetes. Por fin llegaron a las diez de la noche. Cenamos con enorme satisfacción. Sobre las doce de la noche embarcamos los cuatro y las dos bicicletas en el Ford Fiesta. El portón trasero no cerraba con las bicicletas así que fue abierto todo el viaje hasta Sevilla, con la consiguiente entrada de humo del tubo de escape. Llegamos a Sevilla sobre las dos de la mañana intoxicados, cansados, helados, pero con la sensación de haber realizado un viaje inolvidable.

Viaje a los lagos. Capítulo III

Viernes Santo. Año 1.995.

El embalse del Conde Guadalhorce estaba poco preparado para la visita de turistas, disponía de un camping, dos restaurantes (El Kiosco y El Mirador) y zona de merenderos, poco más. Quizás con el paso de los años las cosas hayan cambiado, pero desearía que no fuera así y el entorno conservara el aspecto que conocí aquel año.

El camping era un lujo que no podíamos pagar, así que buscamos un sitio junto al lago en el que pasar desapercibidos. Y lo encontramos en un pequeño istmo muy poblado de pinos, allí montamos nuestra menesterosa tienda de campaña.






Caminito del Rey


El resto del día lo dedicamos a recorrer los alrededores y las presas. No nos resistimos a darnos un chapuzón. El agua estaba helada pero el entorno y la limpieza de sus aguas invitaban al baño y también por qué no decirlo a la higiene personal.

Reparamos la tienda y pasamos nuestra segunda noche en los lagos sin acontecimientos reseñables.
Desfiladero de Los Gaitanes.

Por la mañana aprovechamos para caminar por el campo y aventurarnos a realizar "El caminito del rey". Los embalses de Gaitanejo y El Chorro están separados por una enorme montaña que el río con el paso milenario de los años ha dividido en dos mitades. Este desfiladero de origen natural es conocido con el nombre de "Desfiladero de los Gaitanes". En los años de la construcción de los embalses para no tener que rodear la montaña se realizó un camino muy precario que facilitaba el paso de un lado al otro. El camino alcanza gran altura sobre el fondo del desfiladero. Básicamente son ménsulas metálicas clavadas en la pared de la montaña sobre las que se apoya los tramos que conforman la base transitable. Setenta años después el estado del camino es deplorable, en muchas zonas se perdió la barandilla y en otras falta el fime por lo que hay que saltar al tramo siguiente. La vistas son impresionantes. Tengo entendido que después de producirse algunos accidentes mortales se cortó el acceso de manera definitiva, porque lo que es prohibido el paso siempre lo estuvo. No tuvimos valor de realizar la totalidad del camino porque mi vértigo desaconsejaba el paso de algunas zonas de auténtico peligro. Una locura.


Lugar elegido para la acampada.

A continuación nos refrescamos en el bar "El Mirador" con unas magníficas jarras de cerveza pero ¡ojo! sólo nos quedaban 1.000 pesetas para finiquitar nuestro presupuesto. Cenamos unos bocadillos y nos acostamos.

Por la noche el viento sopló con mucha fuerza y la tienda no aguantó el envite. Se derrumbó a mitad de la noche. Estábamos tan agotados que continuamos durmiendo con la tienda caída sobre nosotros, el cansancio podía con la claustrofobia.

Viaje a los lagos. Capítulo II

Jueves Santo. Año 1.995.

El río Corbones nace en Sierra Blanquilla, a muy pocos kilómetros de Villanueva de San Juan y pese a la corta distancia que los separa, alcanza esta población muy contaminado, quizás debido a los numerosos vertidos de alpechines que se producen en la zona. La ribera del río está densamente poblada de eucaliptos. Junto a la carretera, el río circunscribe con dificultad una serie de meandros entre los que se había creado una extensa playa de arena muy fina. El lugar invitaba al descanso. Todo el mundo sabe que acampar junto al cauce de un río es una insensatez, por la evidente exposición ante una eventual crecida de sus aguas. Agotados y sin más miramientos establecimos nuestro campamento junto al río, no íbamos a tener tan mala suerte que ese día se fuera a desbordar.


Río Corbones

Mi hermano había escondido su tienda de campaña nueva, para que no se la quitara, así que antes de nuestra partida sólo pude coger "prestada" otra muy vieja y usada. Al extraerla de su funda observamos que varias de las cañas que conforman el esqueleto del igloo estaban rotas. Tuvimos que hacer un apaño con cinta americana. El resultado fue un auténtico churro.

Por la noche encendimos un fuego y preparamos algunos chorizos a la brasa, no nos podíamos quejar, todo iba sobre ruedas. Nos acostamos pronto para estar frescos y recuperados por la mañana. Sobre las doce de la noche comenzaron los fuegos artificiales, y no me refiero a la flautulencia de mi amigo, también presente durante toda la noche, sino a la tormenta eléctrica que se estaba formando. Los truenos se sentían como cañonazos. Nuestra intranquilidad aumentaba en cada descarga eléctrica, habida cuenta que estábamos durmiendo a pocos metros del cauce del río.

Nos levantamos temprano, la lluvia de la noche y el rocío de la mañana habían refrescado el ambiente. Recogimos la tienda y los bultos y comenzamos a pedalear. El dolor de culo era muy intenso pero al rato se pasó. Esa noche en la tienda habíamos decidido cual sería nuestro destino definitivo: Los lagos de El Conde Guadalhorce- Guadalhorce y Guadalteba, a unos 60 Km de distancia. Contábamos con el corto recorrido a nuestro favor, pero la carretera era de mucha cuesta arriba.

Al poco de salir mi amigo rompió el manillar por segunda vez, paramos en el cercano pueblo de El Saucejo, último pueblo de la provincia de Sevilla limítrofe con la provincia de Málaga. En un taller-chatarrería nos soldaron el manillar con un pegote de acero y un trozo de chapa oxidada que quedó horroroso pero tengo constancia que duró hasta el final de la vida operativa de la bicicleta muchos años después.

Ya estábamos en Málaga, el primer pueblo de la provincia que atravesamos fue Almargen centro estratégico por su apeadero de tren y la N-342 que une las provincias de Málaga y Cádiz. Siguiendo el cauce del río alcanzamos en poco tiempo las espectaculares vistas de la ciudad de Teba y de su castillo de La Estrella. Sólo nos quedaban unos 30 Km para alcanzar nuestro destino.


Teba


Camino de Los Lagos

A primera hora de la tarde llegamos exhaustos y muertos de hambre a "Los Tres Embalses"; un lugar espectacular que forma parte del Parque Natural de Ardales.

La construcción del embalse del Chorro y del pantano de Gaitanejo se remonta al año 1.914 bajo la dirección del ingeniero Rafael Benjumea. Inaugurado por el Rey Alfonso XIII en el año 1.921 se le concedió al ingeniero el título de Conde de Guadalhorce, años más tarde el embalse tomó su nombre. De aquella inauguración quedan hoy restos como el "Sillón del Rey" tallado en piedra, la casa del ingeniero, etc. Los embalses Guadalhorce y Guadalteba se construyeron más tarde, a finales de los años 60. Los tres embalses conforman la principal reserva de agua de la provincia de Málaga, así como un punto muy importante en generación de energía eléctrica.

Paisajísticamente hablando el lugar es de una belleza incontestable y posee entornos de gran espectacularidad como "El caminito del Rey" sito en el Desfiladero de Los Gaitanes. La visita bien merece la pena.


Los Lagos


Embalse del Conde Guadalhorce

martes, 20 de enero de 2009

Viaje a los lagos. Capítulo I

Miércoles Santo. Año 1.995.

Era Semana Santa y se anunciaba tiempo veraniego, sin embargo estaba en la biblioteca junto a un amigo preparando un exámen. Estudiar cuando sabes que todo el mundo está de vacaciones es desmoralizador. ¡Qué aburrimiento!. Desconcentrado comencé a perder el tiempo, a pensar...¡sería estupendo hacer un pequeño viaje en bicicleta!. Tanteé la situación con mi compañero. La idea le entusiasmó. La asignatura tendría que esperar la convocatoria de junio.

Salimos de la biblioteca y empezamos a dar forma al viaje. Mi amigo no tenía bicicleta pero recientemente a mi hermano le había regalado una el banco y no la utilizaba nunca. El destino no lo teníamos muy claro, era cuestión de partir y ya veríamos. Disponíamos de cuatro días dos días en un sentido y otros dos de regreso. Dormiríamos en una tienda de campaña, en cualquier sitio porque iríamos campo a través. Perfecto todo organizado. Sólo fallaba la tesorería, entre los dos sumábamos la birriosa cifra de 4.500 pesetas pero eso era lo que había.

Cogimos un autobús y nos plantamos en la casa que mis padres tenían en el término municipal de Mairena del Alcor. Allí con toda la ilusión del mundo preparamos nuestras bicicletas. Para transportar la comida, la tienda de campaña, los sacos de dormir y las herramientas, montamos el transportín de la bicicleta BH de paseo de mi hermana sobre la parte trasera de mi mountain-bike. El resultado aunque antiestético parecía sólido.

Saldríamos a primera hora de la mañana. Teníamos tiempo para tomar unas cervezas en el pueblo antes de acostarnos. Sobre nuestras monturas recorrimos los cuatro kilómetros que nos separaban de mi bar favorito. Allí nos pedimos unas jarras de cerveza mientras hablábamos entusiasmados de nuestro viaje. Del bar salimos tarde, después de gastarnos casi la mitad del presupuesto y dejar una "roncha" en la cuenta de mi hermano.

Nos levantamos resacosos, sin pensarlo dos veces partimos, sentimos un poco de frío pero rápidamente entramos en calor. Decidimos seguir una vereda que iba de Mairena del Alcor a Morón de la Frontera, siguiendo el cauce del río Guadaira, por caminos marcados por el paso de los tractores que se abrían sobre una amplísima vega. Disfrutamos de un camino sinuoso pero llano, entre olivos, palmitos y algún riachuelo que atravesar.


Camino de la vega

Tras los primeros cuarenta kilómetros sufrimos la primera avería, yo sufrí un pinchazo que solucionamos sin problemas, pero poco después mi amigo rompió el manillar, grave problema teniendo en cuenta que estábamos en Miércoles Santo. Llegamos a Morón como pudimos y allí encontramos un señor que nos soldó el manillar, la reparación costó 500 pesetas. Aprovechamos para comer y descansar un poco.

Como objetivo de la tarde establecimos Villanueva de San Juan, a una distancia de 30 kilómetros de Morón de la Frontera. El paisaje cambió por completo, la carretera ahora de montaña, se adentraba en la sierra sur de la provincia de Sevilla limítrofe con las provincias de Cádiz y Málaga. Una carretera muy bonita, poco transitada pero que nos castigaba las piernas sin piedad. En varios puntos encontramos fuentes de agua y manantiales en los que beber un agua limpia y fresca que nos sabía a gloria.

En los últimos cinco kilómetros, ahora cuesta abajo, disfrutamos del paisaje y de la vista del singular pico del "Terril" de 1.229m de altura, que aparece detrás de Villanueva.


Sierra de San Juan

Alcanzamos nuestro objetivo sobre las siete de la tarde. En la entrada del pueblo encontramos un bar con un mirador sobre el río Corbones en donde nos sirvieron unos magníficos botellines de cerveza.

Ya sólo nos quedaba encontrar un sitio adecuado para pasar la primera noche.

lunes, 19 de enero de 2009

La rueda

En la adolescencia se hacen tonterías con cierta frecuencia, algunas de ellas, auténticas patochadas inolvidables.

Hoy al ir a cambiar los neumáticos del coche, he visto a la entrada del taller, a modo de reclamo, una rueda enorme de camión. Esta visión me ha hecho recordar una anécdota vivida hace ya algunos años.

Mis padres tenían una casa en el campo en donde pasábamos los veranos y los fines de semana.


La parcela contaba con una casa principal, una casita de invitados, piscina y una zona de árboles frutales, fundamentalmente naranjos y limoneros. La casa de invitados era muy sencilla y sólo disponía de un pequeño salón con dos sofás camas, una cocina y un aseo. Más que suficiente para pasarlo bien los fines de semana.

Un año asistí a la feria del pueblo con un amigo. He de reconocer que nos excedimos un poco y nos hidratamos con profusión y desmedida. Cuando se nos acabaron los escasos recursos económicos decidimos regresar a casa.

Mi casa distaba 4 Km del pueblo y el recorrido debíamos hacerlo a pata por un camino de albero que discurría por medio del campo. Esta circunstancia nos servía para rebajar la euforia y evaporar algunos grados del alcohol ingerido.

A la salida del pueblo mi amigo reparó en una rueda de camión que algún desaprensivo había abandonado en la cuneta.

Mis peores temores se confirmaron cuando le escuché decir:

-¡Me la llevo!

Intenté convencerle de lo inadecuado de su propósito, pero fue en vano.

Con mucho esfuerzo recorrió los cuatro kilómetros empujando la rueda. En las cuestas arriba casi no podía y alcanzaba la cumbre exhausto. En las cuestas abajo la dejaba rodar.


Por fin llegamos a casa. Mis padres dormían en la casa principal y no advirtieron nuestra presencia. Sin hacer mucho ruido para no despertarlos entramos en la parcela y seguimos el camino que nos llevaba a la casita. Una vez allí tuvimos una nueva discusión, mi amigo quería meter dentro de la casa la puñetera rueda y yo me negaba. Finalmente se salió con la suya. Entre los dos sofás, en el suelo, colocó la rueda y la tapó con una manta vieja.

Mi padre era de levantarse temprano. Esa mañana a primera hora decidió ir a coger algunos limones para preparar zumo de limón. Después de llenar una bolsa, se pasó a ver si estábamos bien, se asomó por la ventana y observó tres figuras que dormían plácidamente. Regresó a casa y le dijo a mi madre que estábamos bien pero que no éramos dos para comer sino tres, y que uno de los invitados era muy gordo.

Al despertar lo primero que vi fue la rueda, allí en medio. Pensé en la bronca que me iba a llevar, así que decidí deshacerme de la rueda. Rápidamente la saqué de casa y la tiré por un barranco que había detrás y que daba a los limoneros. La rueda rodó por el barranco al alcanzar el fondo rebotó fuertemente y saltó varios metros estrellándose contra un limonero y quedando a sus pies.

Mi padre se había quedado sin limones y necesitaba algunos más, cuando regresó a por ellos se encontró la rueda enorme, allí tumbada. ¡Imposible! pero si media hora antes no estaba. Miró a la derecha, a la izquierda y finalmente para arriba, todo indicaba que la rueda había caído del cielo.

Totalmente alucinado, sin una explicación lógica a aquel extraño suceso, fue en mi busca para contármelo.

Cuando le conté la verdad, se dió la vuelta y se fue, ni siquiera se enfadó, sin duda estaba en el más absoluto convencimiento que su hijo no era normal.