martes, 8 de septiembre de 2009

Guadalcacín 2.009



Este año un viaje me impidió asistir a la "XVI Concentración de motos antiguas de Guadalcacín" que se celebra anualmente en dicha pedanía perteneciente a Jerez de la Frontera (Cádiz).

Un amigo, que sí asistió con su Montesa, me envía las fotos que se muestran a continuación.











Fotos gentileza de Manuel Jiménez González.

lunes, 7 de septiembre de 2009

"Esa Gentuza" de Arturo Pérez Reverte

Adjunto a continuación un artículo de Arturo Pérez Reverte titulado "Esa Gentuza".

Publicado hace ya unos meses, me viene hoy a la cabeza al ver el telediario. En él aparecen estos políticos parásitos que nos ha tocado sufrir, después de unas "merecidas" vacaciones de casi tres meses, en el inicio de la actividad parlamentaria.

"Paso a menudo por la carrera de San Jerónimo, caminando por
la acera opuesta a las Cortes, y a veces coincido con la salida de los diputados del Congreso. Hay coches oficiales con sus conductores y escoltas, periodistas dando los últimos canutazos junto a la verja, y un tropel de individuos de ambos sexos, encorbatados ellos y peripuestas ellas, saliendo del recinto con los aires que pueden ustedes imaginar. No identifico a casi ninguno, y apenas veo los telediarios; pero al pájaro se le conoce por la cagada. Van pavoneándose graves, importantes, seguros de su papel en los destinos de España, camino del coche o del restaurante donde seguirán trazando líneas maestras de la política nacional y periférica. No pocos salen arrogantes y sobrados como estrellas de la tele, con trajes a medida, zapatos caros y maneras afectadas de nuevos ricos. Oportunistas advenedizos que cada mañana se miran al espejo para comprobar que están despiertos y celebrar su buena suerte. Diputados, nada menos. Sin tener, algunos, el bachillerato. Ni haber trabajado en su vida. Desconociendo lo que es madrugar para fichar a las nueve de la mañana, o buscar curro fuera de la protección del partido político al que se afiliaron sabiamente desde jovencitos. Sin miedo a la cola del paro. Sin escrúpulos y sin vergüenza. Y en cada ocasión, cuando me cruzo con ese desfile insultante, con ese espectáculo de prepotencia absurda, experimento un intenso desagrado; un malestar íntimo, hecho de indignación y desprecio. No es un acto reflexivo, como digo. Sólo visceral. Desprovisto de razón. Un estallido de cólera interior. Las ganas de acercarme a cualquiera de ellos y ciscarme en su puta madre.

Sé que esto es excesivo. Que siempre hay justos en Sodoma. Gente honrada. Políticos decentes cuya existencia es necesaria. No digo que no. Pero hablo hoy de sentimientos, no de razones. De impulsos. Yo no elijo cómo me siento. Cómo me salta el automático. Algo debe de ocurrir, sin embargo, cuando a un ciudadano de 57 años y en uso correcto de sus facultades mentales, con la vida resuelta, cultura adecuada, inteligencia media y conocimiento amplio y razonable del mundo, se le sube la pólvora al campanario mientras asiste al desfile de los diputados españoles saliendo de las Cortes. Cuando la náusea y la cólera son tan intensas. Eso me preocupa, por supuesto. Sigo caminando carrera de San Jerónimo abajo, y me pregunto qué está pasando. Hasta qué punto los años, la vida que llevé en otro tiempo, los libros que he leído, el panorama actual, me hacen ver las cosas de modo tan siniestro. Tan agresivo y pesimista. Por qué creo ver sólo gentuza cuando los miro, pese a saber que entre ellos hay gente perfectamente honorable. Por qué, de admirar y respetar a quienes ocuparon esos mismos escaños hace veinte o treinta años, he pasado a despreciar de este modo a sus mediocres reyezuelos sucesores. Por qué unas cuantas docenas de analfabetos irresponsables y pagados de sí mismos, sin distinción de partido ni ideología, pueden amargarme en un instante, de este modo, la tarde, el día, el país y la vida.

Quizá porque los conozco, concluyo. No uno por uno, claro, sino a la tropa. La casta general. Los he visto durante años, aquí y afuera. Estuve en los bosques de cruces de madera, en los callejones sin salida a donde llevan sus irresponsabilidades, sus corruptelas, sus ambiciones. Su incultura atroz y su falta de escrúpulos. Conozco las consecuencias. Y sé cómo lo hacen ahora, adaptándose a su tiempo y su momento. Lo sabe cualquiera que se fije. Que lea y mire. Algún día, si tengo la cabeza lo bastante fría, les detallaré a ustedes cómo se lo montan. Cómo y dónde comen y a costa de quién. Cómo se reparten las dietas, los privilegios y los coches oficiales. Cómo organizan entre ellos, en comisiones y visitas institucionales que a nadie importan una mierda, descarados e inútiles viajes turísticos que pagan los contribuyentes. Cómo se han trajinado –ahí no hay discrepancias ideológicas– el privilegio de cobrar la máxima pensión pública de jubilación tras sólo 7 años en el escaño, frente a los 35 de trabajo honrado que necesita un ciudadano común. Cómo quienes llegan a ministros tendrán, al jubilarse, sólidas pensiones compatibles con cualquier trabajo público o privado, pensiones vitalicias cuando lleguen a la edad de jubilación forzosa, e indemnizaciones mensuales del 100% de su salario al cesar en el cargo, cobradas completas y sin hacer cola en ventanillas, desde el primer día.

De cualquier modo, por hoy es suficiente. Y se acaba la página. Tenía ganas de echar la pota, eso es todo. De desahogarme dándole a la tecla, y es lo que he hecho. Otro día seré más coherente. Más razonable y objetivo. Quizás. Ahora, por lo menos, mientras camino por la carrera de San Jerónimo, algunos sabrán lo que tengo en la cabeza cuando me cruzo con ellos.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Ropeo

Ocurrió hace unos 20 años en casa de mis padres, en una soleada tarde de septiembre, junto a la piscina y en compañía de unas bellas señoritas.

Un amigo se presentó en casa, junto a unas chicas que nos quería presentar. La idea era pasar la tarde en la piscina, tomar un refrigerio e intentar ligar con ellas.

Es preciso aclarar antes de continuar, que las visitas femeninas, por aquel tiempo, no eran muy habituales en mi casa. Lo normal era disfrutar de grandes partidos de fútbol, de tenis, de rugby, incluso la organización de fiestas que duraban dos días. Pero siempre entre amigos (y algunos años más tarde en compañía de alguna que otra novia). Las mujeres brillaban por su ausencia.

Es fácil entender entonces que nuestra actitud, en este caso la de mi hermano Carlos y la mía, no estaba muy familiarizada con el sexo débil y por consiguiente costó romper el hielo y comenzar a hilar algún tema interesante en el que pudieramos participar todos.

Las chicas se despojaron de sus pareos y se sentaron sobre unas tumbonas frenta a nosostros que permanecíamos apoyados sobre el bordillo de la piscina.

Había tomado la palabra mi hermano Carlos que con su verborrea monopolizó la charla. En un momento determinado de la conversación (todos estábamos pendientes de él) realizó, buscando un mayor comodidad en su postura, un complicado cruce de piernas del que resultó una sonora pedorreta que fue de menos a más: poroponponponponpero.

Intentó disimular, las chicas hicieron como si no lo hubiesen oído, pero mi amigo comenzó a dar grandes carcajadas y a decir: "¡Carlos eres tan romántico como Romeo!,¡bueno no más bien como Ropeo!.Todos rompimos a reir, ya sin poder aguantar más.

Nunca volvimos a ver a las muchachitas. Durante bastante tiempo estuvimos llamando a mi hermano Ropeo, en recuerdo de aquel flautulento día.