En la adolescencia se hacen tonterías con cierta frecuencia, algunas de ellas, auténticas patochadas inolvidables.
Hoy al ir a cambiar los neumáticos del coche, he visto a la entrada del taller, a modo de reclamo, una rueda enorme de camión. Esta visión me ha hecho recordar una anécdota vivida hace ya algunos años.
Mis padres tenían una casa en el campo en donde pasábamos los veranos y los fines de semana.
Hoy al ir a cambiar los neumáticos del coche, he visto a la entrada del taller, a modo de reclamo, una rueda enorme de camión. Esta visión me ha hecho recordar una anécdota vivida hace ya algunos años.
Mis padres tenían una casa en el campo en donde pasábamos los veranos y los fines de semana.
La parcela contaba con una casa principal, una casita de invitados, piscina y una zona de árboles frutales, fundamentalmente naranjos y limoneros. La casa de invitados era muy sencilla y sólo disponía de un pequeño salón con dos sofás camas, una cocina y un aseo. Más que suficiente para pasarlo bien los fines de semana.
Un año asistí a la feria del pueblo con un amigo. He de reconocer que nos excedimos un poco y nos hidratamos con profusión y desmedida. Cuando se nos acabaron los escasos recursos económicos decidimos regresar a casa.
Mi casa distaba 4 Km del pueblo y el recorrido debíamos hacerlo a pata por un camino de albero que discurría por medio del campo. Esta circunstancia nos servía para rebajar la euforia y evaporar algunos grados del alcohol ingerido.
A la salida del pueblo mi amigo reparó en una rueda de camión que algún desaprensivo había abandonado en la cuneta.
Mis peores temores se confirmaron cuando le escuché decir:
-¡Me la llevo!
Intenté convencerle de lo inadecuado de su propósito, pero fue en vano.
Con mucho esfuerzo recorrió los cuatro kilómetros empujando la rueda. En las cuestas arriba casi no podía y alcanzaba la cumbre exhausto. En las cuestas abajo la dejaba rodar.
Un año asistí a la feria del pueblo con un amigo. He de reconocer que nos excedimos un poco y nos hidratamos con profusión y desmedida. Cuando se nos acabaron los escasos recursos económicos decidimos regresar a casa.
Mi casa distaba 4 Km del pueblo y el recorrido debíamos hacerlo a pata por un camino de albero que discurría por medio del campo. Esta circunstancia nos servía para rebajar la euforia y evaporar algunos grados del alcohol ingerido.
A la salida del pueblo mi amigo reparó en una rueda de camión que algún desaprensivo había abandonado en la cuneta.
Mis peores temores se confirmaron cuando le escuché decir:
-¡Me la llevo!
Intenté convencerle de lo inadecuado de su propósito, pero fue en vano.
Con mucho esfuerzo recorrió los cuatro kilómetros empujando la rueda. En las cuestas arriba casi no podía y alcanzaba la cumbre exhausto. En las cuestas abajo la dejaba rodar.
Por fin llegamos a casa. Mis padres dormían en la casa principal y no advirtieron nuestra presencia. Sin hacer mucho ruido para no despertarlos entramos en la parcela y seguimos el camino que nos llevaba a la casita. Una vez allí tuvimos una nueva discusión, mi amigo quería meter dentro de la casa la puñetera rueda y yo me negaba. Finalmente se salió con la suya. Entre los dos sofás, en el suelo, colocó la rueda y la tapó con una manta vieja.
Mi padre era de levantarse temprano. Esa mañana a primera hora decidió ir a coger algunos limones para preparar zumo de limón. Después de llenar una bolsa, se pasó a ver si estábamos bien, se asomó por la ventana y observó tres figuras que dormían plácidamente. Regresó a casa y le dijo a mi madre que estábamos bien pero que no éramos dos para comer sino tres, y que uno de los invitados era muy gordo.
Al despertar lo primero que vi fue la rueda, allí en medio. Pensé en la bronca que me iba a llevar, así que decidí deshacerme de la rueda. Rápidamente la saqué de casa y la tiré por un barranco que había detrás y que daba a los limoneros. La rueda rodó por el barranco al alcanzar el fondo rebotó fuertemente y saltó varios metros estrellándose contra un limonero y quedando a sus pies.
Mi padre se había quedado sin limones y necesitaba algunos más, cuando regresó a por ellos se encontró la rueda enorme, allí tumbada. ¡Imposible! pero si media hora antes no estaba. Miró a la derecha, a la izquierda y finalmente para arriba, todo indicaba que la rueda había caído del cielo.
Totalmente alucinado, sin una explicación lógica a aquel extraño suceso, fue en mi busca para contármelo.
Cuando le conté la verdad, se dió la vuelta y se fue, ni siquiera se enfadó, sin duda estaba en el más absoluto convencimiento que su hijo no era normal.
1 comentario:
Murdox, si mal no recuerdo no era la feria...o al menos no llegamos a ella... estuvimos toda la tarde-noche entre la "Checa" y "La Ultima Peseta"... que para estar hablando de dos chavales de unos 16 años, que se supone que están deseando de irse a las discotecas... pues ya dice mucho de como iba a acabar la cosa...
Por cierto, la vez (y digo bien... en singular) que tu padre me dirigio la palabra durante la comida del dia siguiente fue para confesarme que realmente pensaba que la rueda habia caido de alguna avioneta que de vez en cuando pasaba volando a baja altura...
Por cierto, en tu primera frase añadiria algo...cambiaria eso de "en la adolescencia se hacen tonterias con cierta frecuencia" por "en la adolescencia SE EMPIEZAN a hacer tonterias con cierta frecuencia..."
Cuando por experiencia propia sepa en que época se acaba... ya te lo comento...
PICOT
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