Esta noche me desperté sobresaltado sobre las 4.00 de la mañana por el aleteo de un murciélago errante, que sobrevolaba mi cama a baja altura y que al parecer no encontraba la salida de la habitación.
Una vez descubierta la razón del extraño ruido, mi intención era la de continuar durmiendo plácidamente y dejar que el engendro volador encontrara la salida solito. Pero mi mujer que se había incorporado al sentirme intranquilo, cometió el error de preguntarme qué pasaba. Cuando le comuniqué que había un murciélago en nuestra habitación, pegó un alarido de tal calibre que el pobre bicho casi cae fulminado de un infarto. Y yo también.
Mi mujer se escondió entre las sábanas y comenzó a gritar: "¡mátalo!¡mátalo!" me costaba reconocer tanta agresividad en mi mujer, tan moderada normalmente. No me dio opción a enseñarle el camino de retorno al animalito y tuve que acorrararlo para posteriormente neutraliarlo de un zapatillazo. Mejor no cuento su triste final.
Por la mañana en el trabajo le comenté a un amigo la anécdota del murciélago y la, cuanto menos, exagerada reacción de mi mujer. Le cambió el semblante y me contó un caso parecido, pero aún peor.
Dormía plácidamente con su mujer cuando notó la presencia de un murciélago en su habitación. Ahí fueron los dos los que gritaron al unísono el sálvese quién pueda, pero según reconoció con honestidad, no se cumplió aquello de los niños y las mujeres primero. A empujones abandonaron la habitación con el murciélago pisándoles los talones. Estaban presos del pánico, quizá el murciélago era el que más miedo tenía de los tres pero no lo demostraba porque continuaba persiguiéndoles por la casa, entre los gritos de uno y las muestras de histerismo del otro. Por fin pudieron darle esquinazo. En una jugada maestra lo habían encerrado en el salón. El problema era que no sabían que hacer, la mujer le arengaba: ¡se valiente, entra y mátalo!¡cobarde, qué eres un cobarde!. El tenía claro que no iba a intervenir. Pero era el hombre de la casa y tenía que tomar una decisión contundente, así que llamó a la Policía Local. A los quince minutos sonó el videoportero: "Buenas noches, policía local ¿son los del murciélago?". Una vez en el piso con una actitud ciertamente burlona se dirigieron al matrimonio "Bueno, nada no se preocupen perseguíamos a unos delicuentes peligrosos cuando recibimos la llamada, entendimos que esto era más importante, y aquí estamos". Con lo mal que lo estaban pasando además cachondeo. La pareja uniformada se dirigió al salón- comedor porra en mano. El matrimonio les seguía detrás, a pocos pasos, abrazados, unidos por el miedo. A los quince minutos aquella noche insufrible de terror llegaba a su fin. La policía había cumplido con su deber eficazmente. Aquel murciélago indiscreto ya no les molestaría más. Nunca olvidarán aquella noche.
Una vez descubierta la razón del extraño ruido, mi intención era la de continuar durmiendo plácidamente y dejar que el engendro volador encontrara la salida solito. Pero mi mujer que se había incorporado al sentirme intranquilo, cometió el error de preguntarme qué pasaba. Cuando le comuniqué que había un murciélago en nuestra habitación, pegó un alarido de tal calibre que el pobre bicho casi cae fulminado de un infarto. Y yo también.
Mi mujer se escondió entre las sábanas y comenzó a gritar: "¡mátalo!¡mátalo!" me costaba reconocer tanta agresividad en mi mujer, tan moderada normalmente. No me dio opción a enseñarle el camino de retorno al animalito y tuve que acorrararlo para posteriormente neutraliarlo de un zapatillazo. Mejor no cuento su triste final.
Por la mañana en el trabajo le comenté a un amigo la anécdota del murciélago y la, cuanto menos, exagerada reacción de mi mujer. Le cambió el semblante y me contó un caso parecido, pero aún peor.
Dormía plácidamente con su mujer cuando notó la presencia de un murciélago en su habitación. Ahí fueron los dos los que gritaron al unísono el sálvese quién pueda, pero según reconoció con honestidad, no se cumplió aquello de los niños y las mujeres primero. A empujones abandonaron la habitación con el murciélago pisándoles los talones. Estaban presos del pánico, quizá el murciélago era el que más miedo tenía de los tres pero no lo demostraba porque continuaba persiguiéndoles por la casa, entre los gritos de uno y las muestras de histerismo del otro. Por fin pudieron darle esquinazo. En una jugada maestra lo habían encerrado en el salón. El problema era que no sabían que hacer, la mujer le arengaba: ¡se valiente, entra y mátalo!¡cobarde, qué eres un cobarde!. El tenía claro que no iba a intervenir. Pero era el hombre de la casa y tenía que tomar una decisión contundente, así que llamó a la Policía Local. A los quince minutos sonó el videoportero: "Buenas noches, policía local ¿son los del murciélago?". Una vez en el piso con una actitud ciertamente burlona se dirigieron al matrimonio "Bueno, nada no se preocupen perseguíamos a unos delicuentes peligrosos cuando recibimos la llamada, entendimos que esto era más importante, y aquí estamos". Con lo mal que lo estaban pasando además cachondeo. La pareja uniformada se dirigió al salón- comedor porra en mano. El matrimonio les seguía detrás, a pocos pasos, abrazados, unidos por el miedo. A los quince minutos aquella noche insufrible de terror llegaba a su fin. La policía había cumplido con su deber eficazmente. Aquel murciélago indiscreto ya no les molestaría más. Nunca olvidarán aquella noche.