viernes, 9 de octubre de 2009

Mi primera travesía


Cardinal oeste "Salmedina", al fondo el faro de Chipiona.


Ciertamente nuestra inexperiencia en la práctica de la navegación era manifiesta y la habíamos demostrado concienzudamente durante todo aquel verano de 1.999.

Incluso ese mismo viernes navegando desde el Puerto de Santa María a Rota con un ventarrón de más de 25 nudos por nuestra popa. Llegamos a Rota sanos y salvos pero empapados y después de algún que otro susto.

Una vez atracados tuvimos la suerte de encontrar una pareja que tenía pensado realizar el sábado la misma singladura que nosotros: Rota- Sevilla. Les pedimos ayuda porque no sabíamos nada, ni teníamos carta de navegación, ni gps, ni emisora, ni experiencia, ni nada de nada. Sólamente el compás de mamparo de nuestro pequeño Jeanneau Sun Fast 17... y muchas ganas.

Comenzó a chispear e invitados accedimos a la cabina del Puma 26, allí el Patrón desplegó sobre la mesa la carta de navegación de la Broa de Sanlúcar- Rota. En ella nos marcó las boyas de recalada: "El Quemado", "Salmedina" y "El Perro", en ésta última comenzaba el balizamiento del río Guadalquivir. Nos trazó los rumbos que debíamos seguir y nos recomendó que al día siguiente le siguiéramos para ir más tranquilos.

Amaneció lloviendo pero el viento que había soplado con fuerza durante toda la noche amainó. El amable matrimonio nos invitó a su barco a desayunar café con tostadas, que nos supieron a gloria en un ambiente tan agradable.

Soltamos amarras a las 8.30 h. Como estaba planteado seguimos a cierta distancia la estela del Puma 26. La primera parte de la travesía con algo de mar de fondo y viento la realizamos a vela y la disfrutamos a tope. Pero al alcanzar Salmedina tuvimos que continuar a motor por entrar en una calma. En la desembocadura del Guadalquivir el viento arreció y el mar se encabritó dando el barco grandes saltos. Para complicar más las cosas un transatlántico que bajaba de Sevilla y parecía que se nos echaba encima nos metió una pitada que nos heló la sangre. La verdad que fue un mal rato. A la altura de Sanlúcar de Barrameda aquel calvario cesó y ya a esa altura de la navegación habíamos perdido de vista a nuestros amigos.


Mercante fondeado en la desembocadura del Guadalquivir

Allí comenzábamos ilusionados, y con la marea a nuestro favor, el ascenso del Río Guadalquivir. Sin embargo la subida no resultó todo lo gratificante que esperábamos. Al mal tiempo se unía una espesa niebla producida por el humo resultante de la quema de los enormes arrozales que limitan con el río y de una lluvia fina y persistente que no paró en todo el día.

Llevaríamos aproximadamente la mitad del río cuando un despiste casi nos cuesta el barco y porque no decirlo la vida. Charlábamos mi amigo y yo, rumiando aquel consistente humo, cuando una mole gigantesca de acero y de color verde nos alcanzó por la amura de estribor. El impacto pudo ser peor de impactar por la proa pero, aún así, no fue nada desdeñable. Tras el impacto el barco rebotó como una enorme pelota que impacta con una superficie inexpugnable. ¡Nos habíamos tragado una boya de balizamiento del río!.

El resto de la navegación hasta Sevilla, sin más consecuencias que destacar, la realizamos un tanto cabizbajos.



Boya de aguas navegables "El Perro", también baliza nº1 del río Guadalquivir.

Nota: las fotos no se corresponden con la fecha en la que se desarrolló el relato. Las fotos se puene ampliar picando sobre ellas.

2 comentarios:

Álvaro GM dijo...

Recibo este comentario de José Luis, compañero de aventura. Aquel día también culminó su primera travesía (con choque y todo).

Dice lo siguiente:

"Se te ha olvidado poner que esta primera travesía fue preparada un día cualquiera por la mañana, y tras comprobar cómo el viento hacía volar las sillas de los veladores de un bar, dijimos, "No parece que esté muy mala la cosa, ¿nos vamos al barco y nos lo traemos para Sevilla?...."Y acabamos ese día con el barco durmiendo en Rota. Qué ratos más buenos..."

Alejandro dijo...

Recuerdo que yo os recibí en tierra al finalizar aquella primera travesia, y debo decir que al ver la cara de José Luis, que abandonó el "buque" con gran celeridad, tuve la completa seguridad de que no volvería a montarse en un velero en su vida. Afortunadamente estaba equivocado y aquella aventura no acabó con su afición.
Lo que sí estuvo apunto de acabar con la de Álvaro fué su cabezonada de quedarse a dormir esa misma noche en el Skipy. El barco en el Guadalquivir se convirtió en una nevera flotante, y al día siguiente recogimos a nuestro intrépido navegante con un fiebrón de narices.