Río Piedras
O al menos así debería ser. Pero no siempre se cumple este axioma marinero, aceptado en la náutica profesional y de recreo mundial.
Porque, ¿qué ocurre si a bordo se encuentran cuatro marineros con dos patrones que no sólo comparten amistad sino también barco?.
Yo sufrí las consecuencias de tan desaconsejable combinación.
Todos los años en el puente de la Hispanidad, el suegro de mi buen amigo León realizaba la travesía comprendida entre las localidades de El Rompido y Sevilla haciendo escala en el puerto de Chipiona. No recuerdo por qué circunstancia aquel año se aplazó el viaje al mes de diciembre.
Por aquellas fechas empezaba a interesarme por la navegación a vela así que fue una grata noticia cuando mi amigo me comunicó la posibilidad de formar parte de la tripulación de aquella interesante travesía que combinaba un día de mar y otro de navegación por el río Guadalquivir. Naturalmente acepté encantado. También se apuntó nuestro amigo Capitán, que tenía todavía menos idea que yo.
Por fin llegó el día señalado. Embarcamos temprano para aprovechar las escasas horas de sol. Nos separaban de Chipiona unas cuarenta millas y aproximadamente 10 horas de navegación a motor.
El barco protagonista de esta navegación de nombre "Aire Libre" tenía una eslora de aproximadamente 12 metros y 5 de manga. Se trataba de un catamarán de doble casco que destacaba fundamentalmente por su austeridad y simplicidad. Una malla elástica de casi 50 m² unía los dos cascos, lo que permitía una sencilla acomodación y buen reparto de la tripulación. La habitabilidad interior se resumía en unas colchonetas continuas que iban de proa a popa. Carecía de aseo y cocina. Por último, un motor fuera-borda de 50 CV calado en el espejo de cola de uno de los cascos confería unas modestas prestaciones en navegación a motor y una maniobra algo más que complicada en el interior de las marinas. Sin embargo (lo cortés no quita lo valiente) destacaba por su seguridad, buenas prestaciones y muy potente navegación a vela.
El barco se encontraba fondeado en la desembocadura del río Piedras frente a El Rompido. La ría proporcionaba protección a una extensísima flota de barcos que se distribuían entre los numerosos clubes de la zona.
Un botero nos llevó junto a nuestros equipajes y provisiones hasta el barco. Comenzaba así nuestro primer día de navegación. Abandonamos a motor la ría de El Rompido y pusimos rumbo a Chipiona.
Disfrutábamos de un día espectacular pero con tan poco viento que las velas no nos proporcionaban la velocidad necesaria para alcanzar Chipiona a una hora razonable. Incluso lo intentamos con el spinaker. Nos resignamos a continuar nuestra singladura a motor.
A mitad de camino el motor se quedó sin gasolina. Con diligencia y buen oficio uno de los patrones ordenó al marinero más joven que buscara en uno de los tambuchos un depósito auxiliar de gasolina, todo controlado. La petaca estaba exactamente en el lugar indicado pero... vacía. Los dos patrones se cruzaban acusaciones como: "la responsabilidad de llevar gasolina es tuya", "no la mía es la que no falte cerveza" etc. En aquel momento recordé el refrán "haced lo que digo pero no lo que hago". Los tripulantes aguardamos expectantes. Entretanto nos quedamos parados, al albur. Estaba claro que sin viento no podíamos continuar a vela.
Finalmente se optó, con los últimos culines de gasolina, poner rumbo a Matalascañas, población equidistante entre El Rompido y Chipiona, para buscar gasolina. Tardamos una hora en alcanzar la costa. Para los que no conozcan el litoral es importante señalar que Matalascañas no tiene puerto. Así que fondeamos a 150 metros de la orilla y con un pequeño bote de remos los tres voluntarios iniciamos la maniobra de aproximación.
Aunque el tiempo era muy bueno se apreciaba mar de leva (Matalascañas está abierta al Atlántico) y como consecuencia las olas rompían con fuerza en la playa. Los curiosos que paseban por la playa se fueron aproximando para presenciar el naufragio que se avecinaba. Los dos patrones gritaban y se quitaban la palabra "con esa ola no con la otra", "cada tres olas grandes una pequeña". No recuerdo que consejo seguimos pero lo que sí es cierto es que nos comimos la playa y terminamos chorreando en pleno mes de diciembre. Para regocijo de los espectadores.
Porque, ¿qué ocurre si a bordo se encuentran cuatro marineros con dos patrones que no sólo comparten amistad sino también barco?.
Yo sufrí las consecuencias de tan desaconsejable combinación.
Todos los años en el puente de la Hispanidad, el suegro de mi buen amigo León realizaba la travesía comprendida entre las localidades de El Rompido y Sevilla haciendo escala en el puerto de Chipiona. No recuerdo por qué circunstancia aquel año se aplazó el viaje al mes de diciembre.
Por aquellas fechas empezaba a interesarme por la navegación a vela así que fue una grata noticia cuando mi amigo me comunicó la posibilidad de formar parte de la tripulación de aquella interesante travesía que combinaba un día de mar y otro de navegación por el río Guadalquivir. Naturalmente acepté encantado. También se apuntó nuestro amigo Capitán, que tenía todavía menos idea que yo.
Por fin llegó el día señalado. Embarcamos temprano para aprovechar las escasas horas de sol. Nos separaban de Chipiona unas cuarenta millas y aproximadamente 10 horas de navegación a motor.
El barco protagonista de esta navegación de nombre "Aire Libre" tenía una eslora de aproximadamente 12 metros y 5 de manga. Se trataba de un catamarán de doble casco que destacaba fundamentalmente por su austeridad y simplicidad. Una malla elástica de casi 50 m² unía los dos cascos, lo que permitía una sencilla acomodación y buen reparto de la tripulación. La habitabilidad interior se resumía en unas colchonetas continuas que iban de proa a popa. Carecía de aseo y cocina. Por último, un motor fuera-borda de 50 CV calado en el espejo de cola de uno de los cascos confería unas modestas prestaciones en navegación a motor y una maniobra algo más que complicada en el interior de las marinas. Sin embargo (lo cortés no quita lo valiente) destacaba por su seguridad, buenas prestaciones y muy potente navegación a vela.
El barco se encontraba fondeado en la desembocadura del río Piedras frente a El Rompido. La ría proporcionaba protección a una extensísima flota de barcos que se distribuían entre los numerosos clubes de la zona.
Un botero nos llevó junto a nuestros equipajes y provisiones hasta el barco. Comenzaba así nuestro primer día de navegación. Abandonamos a motor la ría de El Rompido y pusimos rumbo a Chipiona.
Disfrutábamos de un día espectacular pero con tan poco viento que las velas no nos proporcionaban la velocidad necesaria para alcanzar Chipiona a una hora razonable. Incluso lo intentamos con el spinaker. Nos resignamos a continuar nuestra singladura a motor.
A mitad de camino el motor se quedó sin gasolina. Con diligencia y buen oficio uno de los patrones ordenó al marinero más joven que buscara en uno de los tambuchos un depósito auxiliar de gasolina, todo controlado. La petaca estaba exactamente en el lugar indicado pero... vacía. Los dos patrones se cruzaban acusaciones como: "la responsabilidad de llevar gasolina es tuya", "no la mía es la que no falte cerveza" etc. En aquel momento recordé el refrán "haced lo que digo pero no lo que hago". Los tripulantes aguardamos expectantes. Entretanto nos quedamos parados, al albur. Estaba claro que sin viento no podíamos continuar a vela.
Finalmente se optó, con los últimos culines de gasolina, poner rumbo a Matalascañas, población equidistante entre El Rompido y Chipiona, para buscar gasolina. Tardamos una hora en alcanzar la costa. Para los que no conozcan el litoral es importante señalar que Matalascañas no tiene puerto. Así que fondeamos a 150 metros de la orilla y con un pequeño bote de remos los tres voluntarios iniciamos la maniobra de aproximación.
Aunque el tiempo era muy bueno se apreciaba mar de leva (Matalascañas está abierta al Atlántico) y como consecuencia las olas rompían con fuerza en la playa. Los curiosos que paseban por la playa se fueron aproximando para presenciar el naufragio que se avecinaba. Los dos patrones gritaban y se quitaban la palabra "con esa ola no con la otra", "cada tres olas grandes una pequeña". No recuerdo que consejo seguimos pero lo que sí es cierto es que nos comimos la playa y terminamos chorreando en pleno mes de diciembre. Para regocijo de los espectadores.
Matalascañas
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