miércoles, 15 de abril de 2009

Mi primera cerveza

Sin duda alguna, en los años de mi infancia la vida era más sencilla que ahora. No se necesitaban tantas cosas.

Hoy cuando un matrimonio con un hijo pequeño se moviliza para ir a la playa o al campo, necesita un sin fin de chismes. Como mínimo: una cuna para la noche, una cuna para la siesta, dos sillas (una para el paseo y otra para el coche), una bolsa de pañales (que ocupa como una persona), dos o tres biberones, hasta un microondas si cabe... y muchas cosas más. Naturalmente para transportar toda esta parafernalia hace falta un coche grande, tirando a ranchera. Con tres hijos hay que comprar una furgoneta.

En mi época viajábamos en el coche: mis padres, los siete hermanos y a veces mi abuela. Todos en el Seat familiar. Y naturalmente el equipaje metido a presión en el maletero.

Me cuenta mi madre que una vez, en una de aquellas entrañables excursiones al campo, se olvidó en casa el biberón con el que darme de comer. Para solucionar el problema preparó el potingue en un botellín de cerveza vacío. Recuerda que me lo tomé encantado de la vida.

Ahora entiendo la razón por la que me gusta tanto la cerveza. Intuyo que en el interior de la botella quedaba algún resto de cerveza, que mezclada con la leche activó en mi organismo algún enzima cervecero que, a día de hoy, continúa muy activo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

le tengo que pasar a Pedro esto, porque sí que explica muchas cosas, soy "el pequeño"