Corría el año 1.990, cuando le propuse a un compañero y amigo de universidad realizar campo a través la ruta que une las localidades de Coripe y Ronda siguiendo el curso del río Guadalporcún. Para los que no conozcan la zona comentar a título orientativo que el camino sigue la frontera que delimita las provincias de Sevilla, Cádiz y Málaga. En este área de singular belleza se erigen los primeros picos importantes de la Serranía de Ronda. Aquí converge la sierra de San Juan (sur de Sevilla) con la sierra de Grazalema (Cádiz) y se abre camino hacia la sierra de las Nieves (Málaga).
Antes de empezar decidimos que no cargaríamos con nada que no resultara imprescindible. En casa quedó la tienda de campaña, los sacos de dormir y la comida. En la mochila únicamente manta y cantimplora, en el cinturón un afilado machete. En aquellos tiempos no existía el Decathlon y por el campo se caminaba con las botas de soldado de la mili. Mi hermano me prestó las suyas.
Iniciamos nuestra marcha un soleado sábado por la mañana tomando la ruta verde que une Coripe con Olvera, se trata ésta de una antigua red ferroviaria de la época de Miguel Primo de Rivera que pretendía unir Málaga con Jerez de la Frontera para paliar la pobreza de los abandonados pueblos de la sierra y que nunca llegó a entrar en servicio. Tras atravesar algunos túneles y un puente, abandonamos la vía verde y ya, campo a través, seguimos el cauce del río. Decidimos subir a la cima del Peñón de Zaframagón para observar desde el monolito que lo corona, y que sirve de punto geodésico, la belleza de los alrededores y la importante colonia de buitres que allí anida. Tras descender continuamos nuestro camino junto al río y sus numerosos meandros. Caminamos todavía unas horas antes de parar a comer, mejor dicho a recolectar algunas raíces y palmitos que mi amigo aseguraba que eran comestibles y que yo no probé. Atravesamos muchas cancelas y saltamos alguna que otra valla ganadera. En una de aquella fincas pudimos refrescarnos en unos abrevaderos para ganado que se surtían de agua natural de la sierra. Algo cansados continuamos nuestro camino. En algunas de aquellas fincas pastaban "mansamente" toros de lidia. Pasamos por ellas casi de puntillas.
Alcanzamos la pequeña población de "El Gastor" sobre las 8.00 de la tarde. El pueblo se asienta en la ladera de una montaña. En una tienda de ultramarinos compramos para la cena: pan, cerveza y una lata tamaño familiar de fabada asturiana. Después ascendimos a la cima de la montaña y arriba en un bosque de pinos establecimos nuestro campamento. Con piñas encendimos el fuego y en las brasas preparamos la fabada que nos sentó a gloria. Después de la cena nos enrollamos en nuestras mantas y junto al fuego pasamos la noche que resultó bastante fría.
Por la mañana me encontré con la desagradable sorpresa que al cambiarme los calcetines la mitad de las uñas de los piés se quedaron pegadas al calcetín. Recuerdo aquel Domingo como de pura agonía. La botas, no conformes con el daño provocado, insistían en despegar el resto de uñas que aún se mantenían en su sitio. Abandonamos temprano el Gastor y pusimos rumbo a las cercanas ruinas romanas de Acinipo, de gran interés. Restaban los últimos 15 Km. Una vez en Ronda tomamos un autobús de regreso a Sevilla.
Pese al dolor sufrido tengo un grato recuerdo de la experiencia y añoro con nostalgia las rutas por el campo que, en aquellos tiempos universitarios, fueron muchas.
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