sábado, 7 de marzo de 2009

Una noche inolvidable


Ribera del Huéznar

El "Parque Natural de Sierra Norte" ocupa una superficie de 177.484 hectáreas. En su interior se incluyen los municipios de Alanís, Almadén de la Plata, Cazalla de la Sierra, Constantina, Guadalcanal, Las Navas de la Concepción, El Pedroso, etc.

Abarca una región de Sierra Morena donde el paisaje dominante lo conforman extensas dehesas de encinas y alcornoques. Su altura media sobre el nivel del mar es de 500 metros aproximadamente.

La también denominada "Sierra Norte de Sevilla" ofrece a los amantes de la naturaleza un entorno de gran belleza paisajística que cuenta con no pocos itinerarios para realizar excursiones.

Para los más jóvenes que quieran iniciarse en el senderismo y la acampada tiene la ventaja de ser accesible por tren desde Sevilla.

Esta fue la razón, no teníamos edad para obtener el carnet, por la que dos amigos y yo decidimos pasar un fin de semana de acampada en El Pedroso.

El viaje en tren resulta muy entretenido y las vistas son estupendas. Una vez en El Pedroso caminando alcanzamos nuestro objetivo: "la Ribera del Río Hueznar", que distaba del pueblo unos cuatro kilómetros.

Establecimos nuestro campamento y disfrutamos largo rato caminando junto al río. Por la noche la temperatura cae empicado y debido a la humedad reinante la sensación de frío es intensa.

Nos acurrucamos en nuestros sacos e intentamos conciliar el sueño. El silencio sólo se sentía cortado por el chapoteo del agua del río.... y por el tic-tac, tic-tac del reloj despertador que mi amigo Capitán había tenído la ocurrencia de llevar.



El reloj era el típico despertador de esfera grande, de cuerda, color dorado con dos patitas en su base y en su parte superior dos campanas de las que arman el escándalo padre cuando son golpeadas por el martillo central. ¿Para qué diablos se había traído el despertador de su abuelo? . Con nuestros casios negros de toda la vida teníamos más que de sobra, por otra parte no teníamos interés en madrugar.

Le pedimos por favor (y en repetidas ocasiones) que interrumpiera aquel suplicio, pero no entraba en razón. Así que tic-tac, tic-tac. Serían las doce cuando en el silencio y oscuridad de la noche escuché como se abría la cremallera de la tienda, segundos después sentí el impacto metálico del puñetero despertador en el exterior, inmediatamente después cerrarse la cremallera. ¡Qué tranquilidad!¡qué paz!. Mi otro amigo había decidido acabar de raíz con el problema. Tuvimos la mala suerte que Capitán se dio cuenta de los sucedido y salió como una furia a rescatar lo que quedaba de despertador.

Como venganza nos estuvo gaseando toda la noche como si de una mofeta se tratara. ¡Qué nochecita! entre el despertador, las flautulencias (¡qué capacidad!) y el frío, no pegamos ojo en toda la noche.

Sólo ya de madrugada el cansancio venció al insomnio y el sueño se apoderó de nosotros.

Fue entonces, por fin había encontrado la postura cómoda, cuando escuché un ruido fuera de la tienda, me aproximé a la cremallera y abrí veinte centímetros. Lo justo para ver allí delante unas botas negras brillantes y un pantalón verde. Cerré la cremallera y en un susurro me dirigí a mis amigos "-fuera está la Guardia Civil-" por respuesta obtuve un sonoro pedo y el comentario "-¡no me pienso levantar, así que búscate otra excusa!-".

Han pasado al menos veinte años y mi amigo Capitán no ha cambiado nada.

1 comentario:

Capitán dijo...

¿20 años? Empiezo a pensar que soy algo mayor... Sería imposible comentar esa noche sin recordar otras experiencias de demasiados fines de semana divertidos, donde una sana mezcla de inconsciencia e inocencia nos llevó a pasar días inolvidables en nuestra juventud.

Álvaro (o Murdok o CALvaro) ha intentando hacerlo mezclando dos historias verídicas pero separadas en el tiempo. La escena del despertador de mi difunto abuelo es tan real y divertida como los botes de fabada "litoral" que nos zampamos un rato antes de meternos en la tienda. Claro, el contenido de esas latas recalentadas con una pequeña hoguera hecha a base de trozos de madera que arrancamos de un puente provocó mi indisposición y el bombardeo que sufrieron Alvaro y mi Compadre, el otro inquilino de la tienda. Por no hablar del whisky a palo seco que nos tomamos antes de dormir y de cuya escena tengo una foto que no sé si podré colgar en este comentario.

Pero recuerdo que lo que escuchamos y vimos no fueron las botas de un guardia civil (eso fue otro fin de semana en unos pinares del El Puerto de Santa María) sino unas cabras u otro tipo de animal que se comieron los restos de nuestra exquisita cena... Por cierto, que me sé de uno de los tres que durmió toda la noche con un machete debajo del saco y que no se atrevía a salir...

Podría seguir horas escribiendo sobre más historias en tiendas de campaña o en otros refugios de la noche, pero creo que lo haré otro día... Sólo para refrescar las memorias de los que han vivido con nosotros alguna de ellas, os recordaré la masilla que después de horas de elaboración tiré a un lago cerca de Las Pajanosas al confundirla con una piedra. O aquel fin de semana en el que la policía interrumpió mi plácido sueño en un arcén frente a Vista Hermosa, tras el que todos buscamos a Alvaro, perdido durmiendo en un pinar cercano. O las innumeravles historias en el campo de Mairena del Alcor, cámara de fotos, litronas, piscina, sillas y cristales rotos, vómitos o vecino con escopeta incluidos...

No terminaría nunca. Ni espero hacerlo. Me alegra haber sido tan feliz al lado de mis amigos. Y espero seguir siéndolo.