jueves, 29 de enero de 2009

Heliópolis

El barrio de Heliópolis nació en los años veinte con motivo de la Exposición Iberoamericana de Sevilla del año 1.929. Constituido por multitud de casitas, tenía como objeto acoger a los turistas que se esperaban para la exposición internacional. Por esta razón a los chalets se los llamó "Hotelitos del Guadalquivir".



Tras la clausura del evento muchas casas quedaron abandonadas y sólo algunos años después las viviendas fueron ocupadas por familias que buscaban la tranquilidad de la zona, ya que Heliópolis quedaba muy alejado del centro de la ciudad. Tanto es así que cuando sus habitantes iban al centro decían "Vamos a Sevilla".

En una de estas casas vivieron mis abuelos durante más de 50 años. La verdad es que yo en parte me crié allí con ellos. Y de esta época, años 70, y de este barrio, tengo unos recuerdos imborrables.
Sus calles se encontraban permanentemente perfumadas por los naranjos. En primavera el azahar impregnaba el ambiente de una fragancia imposible de olvidar.
Los naranjos rivalizaban en número con la legión de niños que poblábamos las calles, habida cuenta que muchas familias que residían en el barrio eran numerosísimas, algunas de hasta catorce hermanos.
El barrio contaba con dos grandes colegios. "La Doctrina Cristiana" para niñas, y el "San Antonio María Claret" para niños. En este centro cursé mis estudios completos, desde jardín de infancia hasta COU.
Todas las tardes sobre las siete y media se podía observar como un ejército de ancianitas tomaban las calles y se dirigían con paso lento pero decidido a asistir a misa de ocho. Mi abuela no era una excepción y nunca faltaba a la cita.
Avelino, La Milagrosa, El Rubio, el puesto de chucherías de Miguel, La Plaza de Abastos, la panadería de Antonio....tantos recuerdos, tantos lugares. Muchos de ellos ya han desaparecido.
Quizás también haya desaparecido "El hombre del saco". Nunca le llegué a ver, salvo en mis peores pesadillas. Pero mi madre aseguraba que raptaba a los niños que osaban ir al cercano cauce del río Guadaíra. Los introducía en el saco y no regresaban jamás.
Aparentemente todo sigue igual, en mi interior pienso que no es así. La tranquilidad, la seguridad y sobre todo la familiaridad que se respiraba en aquellos años se ha perdido para siempre.

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