domingo, 25 de enero de 2009

Viaje a los lagos. Capítulo III

Viernes Santo. Año 1.995.

El embalse del Conde Guadalhorce estaba poco preparado para la visita de turistas, disponía de un camping, dos restaurantes (El Kiosco y El Mirador) y zona de merenderos, poco más. Quizás con el paso de los años las cosas hayan cambiado, pero desearía que no fuera así y el entorno conservara el aspecto que conocí aquel año.

El camping era un lujo que no podíamos pagar, así que buscamos un sitio junto al lago en el que pasar desapercibidos. Y lo encontramos en un pequeño istmo muy poblado de pinos, allí montamos nuestra menesterosa tienda de campaña.






Caminito del Rey


El resto del día lo dedicamos a recorrer los alrededores y las presas. No nos resistimos a darnos un chapuzón. El agua estaba helada pero el entorno y la limpieza de sus aguas invitaban al baño y también por qué no decirlo a la higiene personal.

Reparamos la tienda y pasamos nuestra segunda noche en los lagos sin acontecimientos reseñables.
Desfiladero de Los Gaitanes.

Por la mañana aprovechamos para caminar por el campo y aventurarnos a realizar "El caminito del rey". Los embalses de Gaitanejo y El Chorro están separados por una enorme montaña que el río con el paso milenario de los años ha dividido en dos mitades. Este desfiladero de origen natural es conocido con el nombre de "Desfiladero de los Gaitanes". En los años de la construcción de los embalses para no tener que rodear la montaña se realizó un camino muy precario que facilitaba el paso de un lado al otro. El camino alcanza gran altura sobre el fondo del desfiladero. Básicamente son ménsulas metálicas clavadas en la pared de la montaña sobre las que se apoya los tramos que conforman la base transitable. Setenta años después el estado del camino es deplorable, en muchas zonas se perdió la barandilla y en otras falta el fime por lo que hay que saltar al tramo siguiente. La vistas son impresionantes. Tengo entendido que después de producirse algunos accidentes mortales se cortó el acceso de manera definitiva, porque lo que es prohibido el paso siempre lo estuvo. No tuvimos valor de realizar la totalidad del camino porque mi vértigo desaconsejaba el paso de algunas zonas de auténtico peligro. Una locura.


Lugar elegido para la acampada.

A continuación nos refrescamos en el bar "El Mirador" con unas magníficas jarras de cerveza pero ¡ojo! sólo nos quedaban 1.000 pesetas para finiquitar nuestro presupuesto. Cenamos unos bocadillos y nos acostamos.

Por la noche el viento sopló con mucha fuerza y la tienda no aguantó el envite. Se derrumbó a mitad de la noche. Estábamos tan agotados que continuamos durmiendo con la tienda caída sobre nosotros, el cansancio podía con la claustrofobia.

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