domingo, 28 de diciembre de 2008

Feliz navidad

Feliz navidad y próspero año 2.009.





Adoración de los magos. Diego Velázquez 1.619. Museo del Prado (click para agrandar imagen)

domingo, 21 de diciembre de 2008

Un fin de semana de invierno

MANTENIMIENTO Y REPARACIONES.


Bricolaje. Reparando la escotilla de proa.

COCINANDO A BORDO.


¿Quién dice que en el barco no se come bien?


¡Al ataque!

PASEANDO POR LA MARINA SECA.


Bella estampa de todo un clásico. Imponente su quilla corrida.


¡Qué bonito!


Siempre es agradable encontrar un Endurance.


Sobre gustos no hay nada escrito.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Viaje a Portugal 2.007. Capítulo III y último.

MARTES 3 DE JULIO.

¿Nos levantamos a las 06.00?, realmente nunca llegamos a dormir en esta noche de viento huracanado. Era de noche cuando abandonamos la isla de Tavira (06.30h). Decidimos poner rumbo a Vilamoura, abandonando la idea de fondear en Culatra. Entre el Cabo de Santa María y Tavira existe una almadraba que está bien señalizada, pero ¡ojo con ella!. El mar estaba como un plato, nada que ver con el día anterior. Llegamos a Vilamoura creo que sobre las 12.30h. con un calor sofocante. Nuestra velocidad media no bajó de los 6 nudos. Estabamos en Vilamoura, habíamos alcanzado el objetivo marcado y superado el ecuador de nuestro viaje. Vilamora es un puerto de lujo en donde abundan las motoras y grandes yates tipo Astondoa, Fairline, Azimut, etc.

Una vez en tierra firme, no era difícil encontrar un Aston Martin o un Hummer tipo CSI Miami, y naturalmente unas chavalas que quitaban el hipo. Un “Puerto Banús” en Portugal. Los servicios están a la altura del puerto, nos llamó poderosamente la atención que al levantarte del inodoro la cadena se activaba automáticamente. Después de aliviar el estómago y de una refrescante ducha, estábamos preparados para hidratamos con profusión, hasta bien entrada la tarde. Por la noche vuelta por el puerto, cerveza de rigor y cena en el barco con fabada asturiana incluida.


Pantalán de espera en Vilamoura





Estamos en Vilamoura

MIÉRCOLES 4 DE JULIO.

Desayuno, limpieza de los barcos, comida en una de las terrazas del puerto y salida ¡por fin! a vela hasta Albufeira, una costa muy bonita, agua muy limpia, una maravilla. Por la noche repetimos fabada, y Padilla se anima a preparar unos chorizos picantes en la cocina del barco.



JUEVES 5 DE JULIO.

A las 07.45 h abandonamos el puerto de Vilamoura, no queda más remedio que regresar. Tenemos la mala suerte de que soplaba muy poco viento y además de levante (en la costa de Portugal y Huelva el viento predominante es el poniente). Así que nos hicimos a la idea de hacer todo el regreso a motor. A la altura del cabo de Santa María, quizás debido a la vaciante del estuario del río Formosa, nos sorprendió una castaña muy fuerte, pero fue breve. La mayor añadía medio nudo a nuestra velocidad media que era de casi 6,2 nudos. El calor era sofocante, a bordo no teníamos ni toldo ni bimini, ni nada parecido. Nos achicharramos. De nuevo por delante horas y horas para descansar, beber cerveza, intentar pescar, picotear, tiempo de vacaciones.

La confianza casi nos juega una mala pasada. Barco navegando a 6 nudos en un mar que estaba como un plato, calor mucho calor, piloto automático, rumbo rectilíneo y muchas horas por delante. Mi hermano que estaba de guardia (aunque realmente siempre estábamos los dos) buscando la sombra de la mayor se sentó en el exterior de la bañera apoyado en el guardamancebo, este se rompió y cayó al agua por estribor. Si en lugar de ir a su lado pendiente, duermo en el interior no creo que lo hubiera escuchado con el ruido del motor, mejor no pensarlo.

La costa española está infectada de boyas que señalizan la posición de las artes de pesca, hay que estar muy pendientes. A 7 millas de la costa de El Rompido observamos el paso de un delfín.


Llegamos a Mazagón con la puesta de sol (21.30h), la travesía se nos hizo un poco larga por el calor. Repetimos la maniobra de siempre: ducha, cervezas reparadoras y buena cena. Nuestros amigos nos invitaron a una magnífica cena en el Club Náutico. Nunca pensé que en un puerto onubense pudieran preparar un solomillo de ternera tan exquisito, más propio del norte de España que de Huelva.


Puesta de sol en Mazagón

VIERNES 6 DE JULIO.

Nos despedimos de nuestros amigos, llenamos el mini depósito de gasóleo y ponemos rumbo directo al Quemao (Rota) cuando llevábamos unas 15 millas recorridas comenzó a arreciar el levante (repito en esta zona jamás sopla levante), si aquí soplaba levante ¿que ocurriría tras Salmedina? No tardamos en saberlo. el parte meteorológico se cumplió como casi siempre, levante Fuerza 5 con rachas de 6. No logramos pasar la piedra de Salmedina. Después de muchos saltos y más rociones, con un tercio de génova, pusimos rumbo a Chipiona, buscando el refugio de su puerto deportivo. El barco en todo momento nos transmitió una seguridad total, que nos hizo disfrutar toda la travesía.


Limpieza del Panchito en el puerto deportivo de Chipiona


SÁBADO 7 DE JULIO.

Abandonamos el puerto de Chipiona en un régimen de brisas que no permite la navegación a vela. Motor 5 nudos y en tres horas alcanzamos el puerto deportivo de Rota. Esta semana de auténtico lujo acaba de terminar. Llegamos cansados pero extremadamente satisfechos.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Viaje a Portugal 2.007. Capítulo II

DOMINGO 1 DE JULIO.

Antes de partir rumbo a Ayamonte repostamos gasóleo, y grande fue mi sorpresa cuando sólo entraron 12 litros ¿cómo era posible? ( de repuesto rellenamos dos petacas de 25 litros y una de 5 litros).

Entre Isla Cristina y Ayamonte, existen bajos que se adentran mucho en el mar, es importante dejar un resguardo de seguridad. El río Guadiana está balizado, por lo que no encontramos problemas en alcanzar el puerto deportivo de Ayamonte. El puerto es pequeño y presta pocos servicios pero nos gustó porque está dentro del pueblo y resulta acogedor, además se vive un ambiente muy marinero porque aquí hacen escala barcos de todos los países. Arreglamos los papeles, dejamos el “Panchito” en su pantalán, y comenzamos la subida del Guadiana a bordo del “Padilla”. El consumo poco responsable de botellines de cerveza amenaza con dejarnos sin existencias antes de llegar a nuestro destino.


Ayamonte (hacer click para agrandar las fotos)


Como en todos los ríos, para que el ascenso sea satisfactorio hay que aprovechar la subida de la marea, lo recomendable es partir una hora o dos después de la bajamar. La corriente nos regalaba dos nudos de velocidad por lo que leíamos en el GPS 7 nudos de media. ¡Ojo! A los bajos que hay entre Ayamonte y el puente “colgante”, en toda la zona de poniente. Una vez superado el puente, el río tiene un calado de unos 8 metros en todo su cauce , se puede decir que el río es perfectamente navegable de orilla a orilla.


Puente colgante sobre el Guadiana


Vigilancia del río

Vale la pena subir el río Guadiana hasta Sanlúcar de Guadiana (lado español) o Alcoutin (lado portugués) en donde existen pantalanes para tomar tierra. Desde el principio, encontramos en todos los márgenes del río barcos fondeados, la mayor parte de ellos de pabellón extranjero, preferentemente británicos y alemanes. El ascenso debe tener unas 20 millas y se hace en unas 3 horas y media. En Alcoutin conocimos a unos holandeses que llevaban viviendo allí tres años en su barco, estaban esperando el viento que los llevara a otra parte del mundo (querían ir a Argentina) pero todavía nos le había llegado, y allí estaban bebiendo cerveza.

Nuestro viento nos llevó de regreso a Ayamonte, la confianza nos hizo pinchar pasado el puente, en el centro del río, (como se comentó anteriormente hay que pegarse al margen de Ayamonte) pero sin consecuencias. Aunque Josema iba a la caña es de justicia decir en su defensa que el patrón estaba roncando tranquilamente en el interior del barco.


Sanlúcar de Guadiana desde Alcoutin


Vista general del Guadiana

Una vez atracados, ducha y buena cena (incluidos huevos fritos con patatas), copita a bordo y a descansar.

LUNES 2 DE JULIO.

Hay un dicho que dice “A quien madruga Dios ayuda”. Este no fue nuestro caso, nos levantamos tarde y un poco resacosos. Partimos con rumbo a la isla de Culatra a las 13.00 HRB. Tal y como estaba previsto en el parte meteorológico, sobre las 14.00 HRB comenzó a soplar W. hasta alcanzar F5 y marejada. En estas condiciones resultaba imposible alcanzar el cabo de Santa María. Decidimos refugiarnos en la Isla de Tavira.

He de decir que el Puma 26 se comportó francamente bien. Como saben los propietarios de este magnífico barco, en el paso por ola no da pantocazos. Aún así de tanto golpetazo saltaron algunos tornillos del depósito de agua y se inundó parcialmente la conejera (en donde yo duermo). Rociones tuvimos bastantes. Llegamos a Tavira muertos de frío y chorreando. Al alcanzar el fondeadero de Tavira nos sorprendió ver el gran número de veleros allí fondeados, muchos al igual que nosotros acababan de llegar para refugiarse del mal tiempo, junto a nosotros entró un precioso 50 piés de bandera británica.


Fondeados frente a la isla de Tavira

El “Panchito” tiene un fondeo bastante apañado por lo que no me preocupó en exceso pasar la noche allí (las condiciones de Tavira son muy parecidas a las del caño de Sancti Petri en donde he fondeado en otras ocasiones), pero nuestro amigo tenía un ancla de la Srta. Pepis y unos tres metros de cadena, así que se marcaba unos garreos de campeonato. Esta situación nos transmitía mucha intranquilidad y no nos atrevimos a abandonar los barcos. Permanecimos allí toda la tarde tomando unas cervezas y descansando. Como el cambio de marea era sobre las 24.00 h y el “Padilla” llevaba horas sin garrear decidimos coger un taxi-barco (no teníamos chinchorro) y bajar a la isla a cenar. La isla en sí no es gran cosa pero tiene su atractivo, se trata básicamente de una lengua de tierra blanca, densamente poblada de pinos. En su interior encontramos un camping y varias construcciones dedicadas a la restauración. Una chica propietaria de uno de los bares, llamó nuestra atención señalando una dorada de 4 Kg recién pescada. No nos resistimos y nos dimos un festín, amenizado con vino del país. La amabilidad y buen servicio de los camareros nos dejó gratamente sorprendidos.

A las 24.00 h nos esperaba la barca para dirigirnos a nuestros respectivos barcos. El barco de nuestro amigo había garreado unos 50 metros y se aproximaba peligrosamente a un velero alemán. Por no herir sensibilidades evitaré traducir los insultos que nos brindó su propietario. Finalmente José Antonio tomó la determinación de hacerse firme a un muerto que se encontraba libre en ese momento. Sobre la medianoche se produjo el cambio de marea y el consiguiente borneo.

El viento arreciaba (F5) y por seguridad nos quedamos a la expectativa hasta las 3.00 h, tumbados sobre los asientos de la bañera observando las estrellas que se mostraban nítidamente. Un espectáculo grandioso.

Las tres horas siguientes las pasamos alerta pero en el interior del barco. Bueno no exactamente. Yo permanecí alerta en el interior y Josema, temeroso, no se quiso mover de la bañera. Al día siguiente le escuché decir que mis ronquidos se escucharon fuera claramente durante toda la noche, esto último no lo ha podido demostrar y yo no lo creo porque no ronco...

No funcionaba la luz de fondeo del “Panchito”, así que procedimos a fijar dos linternas de leds en ambos obenques para ser vistos. El tráfico de barcos pesqueros fue intenso durante toda la noche.


martes, 9 de diciembre de 2008

Viaje a Portugal 2.007. Capítulo I


VIERNES DÍA 29 DE JUNIO.


Por fin ha llegado el día, desde el momento en el que decidimos hacer el viaje, hace ahora tres semanas, sueño todos los días con esta fecha. Mi acompañante en esta singladura será mi hermano Josema. En esta primera etapa nos acompañará mi hermano Alejandro, que se ha apuntado a última hora (por eso de navegar de noche por primera vez).


Puerto de salida: Rota

Embarcamos a las 21.30h. El barco está preparado de días anteriores: los depósitos de gasóleo, gas y agua están llenos, el barco está limpio y huele a lejía, bajo los huecos de la litera de babor estibamos las bebidas y la comida y ya sólo se tienen que acomodar los dos nuevos tripulantes, comprar hielo, preparar nevera y partir...


Preparativos

La acomodación a bordo se ha dispuesto de la siguiente manera: Josema dormirá y tendrá todos sus pertrechos en la cabina de proa, Alejandro tiene asignada la litera de babor, y yo dormiré en la conejera de estribor.


El barco debe estar libre de chismes que dificulten o agobien la vida a bordo, todo debe estar en su sitio bien estibado.


Prepararando la travesía

Partimos a las 10.45HRB, ponemos rumbo a la boya del "Quemao". El viento ha caído y la noche está muy agradable con luna llena que nos iluminará hasta Mazagón. Junto a la marejadilla sufrimos algo de mar de leva del sur. Las condiciones son muy buenas para la navegación nocturna, hemos tenido mucha suerte. La velocidad que nos indica el GPS es de 5,5 nudos a unas 2.250 rpm. de motor.


Alcanzamos "el Quemao" a las 11.15HRB, desde aquí rumbo directo a Mazagón, dejamos a estribor los bajos de Salmedina sobre las 12.30HRB. Se aprecian claramente las señales luminosas de los faros de Cádiz y Chipiona, la visibilidad es buena. Pocos minutos después nos cruzamos con el barco de crucero fluvial "Bella de Cadix" que hace rumbo Sevilla- Bahía de Cádiz. A continuación, debemos cambiar el rumbo por dos veces para evitar sendos mercantes que abandonan el Guadalquivir y con los que llevamos rumbo de colisión. Uno de ellos de la Cía. Contenemar; realiza la travesía semanal Sevilla- Canarias.


Faro de Chipiona

Pocas dificultades restan hasta Mazagón, la tripulación se acuesta: Alejandro en su litera y Josema en la bañera, a la intemperie, porque se marea en el interior. Me quedo por tanto "solo" junto al incansable piloto automático. Desaparece la señal del faro de Cádiz, ahora se divisan los faros de Chipiona, Matalascañas y Mazagón. Sobre las 04.00 HRB comienzan a aparecer los primeros trasmallos que no nos abandonarán en toda la costa de Huelva, el mar está minados de ellos y no todos están bien señalizados. La situación es preocupante porque tememos enganchar alguno con la hélice, así que Josema se sitúa en la proa y me dirige en la oscuridad, aún así rozamos algunos que esquivamos en el último momento.



Dique Juan Carlos I

Son las 05.55 HRB y estamos en la boya de recalada del río Odiel, junto al espigón "Juan Carlos I", pronto divisamos en la oscuridad las luces de navegación de nuestro compañero de viaje "Padilla", un bonito Fortuna 9, patroneado por nuestro amigo José Antonio Padilla y su encantadora mujer Isa. Ante nuestra sorpresa y por unos segundos Alejandro abandona su prolongado periodo de letargo para observar la maniobra de aproximación, pero pronto nos abandona de nuevo, parece que el ruido del motor Mitsubishi diesel de tres cilíndros ubicado junto a su litera no le afecta lo más mínimo.


SÁBADO DÍA 30 DE JUNIO.


Inmediatamente ponemos rumbo directo a Isla Cristina (HRB 06.30), con las primeras luces comienza a soplar un viento del suroeste que levanta una pequeña ola muy molesta. Llevamos 8 horas de navegación, aprovechamos para preparar unos bocatas de foiegrás y picar algo, Alejandro resucita parece que tiene hambre.

El barco no tiene nivel de combustible, en definitiva no controlo bien el consumo del mismo. En una decisión equivocada, decido echar gasóleo con la única petaca que llevamos de 5 litros. Los últimos litros de gasóleo se deben reservar para, llegado el caso, disponer de combustible para cubrir las últimas millas de entrada a un puerto o refugio, el resto en caso de ir cortos se realizarán a vela.

Nos quedamos sin combustible a las 09.00 HRB a 7 millas de Isla Cristina, nos han faltado 3 litros para cubrir la travesía. Debe haber algún problema porque en 10 horas de navegación no se ha podido gastar el depósito más los 5 litros de la petaca. Para empeorar las cosas el viento ha caído por completo y la calma es total. Es imposible continuar a vela.

Echamos el ancla, la sonda marca 19 metros de profundidad a unas 6 millas de la costa. Mientras nuestro compañero de viaje marcha en busca de gasóleo, permanecemos fondeados (hasta las 13.00 HRB). Realmente el calor es sofocante, nos bañamos y hacemos uso de nuestros abundantes recursos cerveceros.

Estos son los momentos que se echan de menos en las largas jornadas laborales de invierno, a saber: el mar como un plato, agua transparente, calor, baños interminables, nos sobra el tiempo, no sabemos que hacer, dormitamos, comemos y bebemos, en fin... una gozada.

Como todas las desgracias vienen juntas, recibimos la llamada por la emisora de nuestro compañero de viaje, el cual nos comenta que cuando estaba en la gasolinera ha comenzado a subir la temperatura de su motor. Ha petado la bomba de agua. Buscan un mecánico que les solucione el problema porque no lleva a bordo recambio de la misma. Finalmente soluciona el problema, para entonces ha saltado el viento SW, y alcanzamos a vela las proximidades de Isla Cristina, rellenamos gasóleo con la petaca que nos facilita nuestro amigo y entramos finalmente en el puerto "Marina de Isla Canela" (1500HRB), un pequeño puerto muy coqueto, rodeado de bares, restaurantes, tiendas, etc.

Los problemas no han hecho más que empezar, me he dejado el recibo del seguro en la oficina, y no me autorizan a permanecer en la marina. Llamo por teléfono, a un 902 de Mapfre para que envíen un fax confirmando la vigencia de la póliza, pero se niegan alegando que esas operaciones no están permitidas por teléfono, manda huevos. Los seguros siempre te prometen todo y después en el momento que los necesitas no te dan nada. Llamo a mi Puerto Base (Rota) y facilitan la documentación requerida pero sin el extracto bancario del seguro. Nos vemos en la calle. Finalmente nos conectamos a internet accedemos a la cuenta electrónica e imprimimos el extracto solicitado, ahora sí problema resuelto.


Atracados en Isla Canela

Nos reponemos de tanta mala suerte en el bar "El Chiringuito" donde pese a la hora (17.00 h) amablemente nos preparan un arroz caldoso para chuparse los dedos. Después de comer, mi hermano Alejandro toma un autobús de regreso (la novia no tiene espíritu marinero). Por la noche tomamos unas cervezas en los bares de la zona y después cenamos de lujo en el "Padilla".



Marina Isla Canela

domingo, 30 de noviembre de 2008

Un libro muy recomendable

El Guadalquivir, único río navegable de España, despierta sentimientos encontrados.

Están los que piensan que su navegación resulta tediosa y monótona. Otros consideran que el río esconde peligros que hacen su navegación cuanto menos aventurada y poco recomendable. Un último grupo, en el que me incluyo, opina que la navegación por sus aguas constituye un auténtico placer. Naturalmente conociendo los entresijos de su cauce y respetando las más elementales reglas de seguridad.

Para estos últimos y para los aficionados a la navegación en general, recomiendo la lectura del libro "LA NAVEGACIÓN DE RECREO POR EL RÍO DE SEVILLA" escrito por D. Ricardo Franco Santos, Práctico de la Autoridad Portuaria de Sevilla, ya jubilado.



Conocí a D. Ricardo Franco hace ocho años en una ponencia, organizada por el "Club de patrones y navegantes de Sevilla", sobre la navegación de recreo por el río Guadalquivir. Disfruté enormemente de una entrañable jornada. Poco después compré su libro.

Existe una primera edición que data del año 1.981. La segunda edición, del año 1.998, ha renovado y actualizado la documentación precedente, consecuencia de los cambios siempre existentes en un cauce vivo. Se presenta perfectamente encuadernado y consta de dos tomos.

En el primer tomo se describe la navegación a lo largo y ancho del río de Sevilla, desde la boya de recalada nº1 "El Perro" hasta la baliza nº69 "Eje salida esclusa". En él recorremos 50 millas perfectamente documentadas: la barra, nieblas y humos, arriadas, el calor, luces de navegación, recomendaciones, etcétera. Ninguna cuestión importante queda al albur. Las ilustraciones y fotografías no desmerecen el conjunto de la obra.

El segundo bloque está formado por la carta de navegación de la barra de Sanlúcar y Chipiona y 13 cartas más del Río Guadalquivir.

En definitiva estamos ante una pequeña joya de la literatura náutica española.

Espero que disfrutéis con su lectura.



Bandera de la Provincia Marítima de Sevilla y Sanlúcar

sábado, 29 de noviembre de 2008

Una noche en el barco.

Para los que tengan más experiencia en el mundo de la navegación, este artículo les parecerá una patochada, pero seguramente los más novatos se sentirán identificados con la historia que relataré a continuación:

Los aficionados al mar, no tenemos pereza en leer revistas y libros, estudiar cursos, que nos enseñan la teoría del barco, de las maniobras y de la navegación. Ahora bien, estos conocimientos hay que llevarlos a la práctica y ahí comienzan los problemas.


Balizamiento del río Guadalquivir

En concreto me centraré en la experiencia de pasar una noche fondeado lejos de la seguridad y abrigo de un puerto o un pantalán.

Mi primera experiencia en este sentido la viví con mi hermano Josema en el río Guadalquivir, abordo de un Jeanneau Sun Fast 17. Creo que era la primera vez que mi hermano se subía a un barco, entre otras cosas porque por entonces se mareaba hasta en una bicicleta.

Si no recuerdo mal finalizaba el mes de febrero, era viernes y disponíamos de todo el fin de semana para disfrutar del barco. La predicción meteorológica se mostraba muy favorable para nuestro objetivo de bajar el río Guadalquivir. Desde el Club Náutico de Sevilla hasta Chipiona, en donde habíamos quedado con unos amigos.

Abandonamos nuestro pantalán exultantes, impulsados por los cuatro caballos de nuestro pequeño fueraborda, bajo un cielo azul intenso. En poco tiempo llegamos a la esclusa en donde tuvimos que esperar la apertura de sus compuertas para poder dejar atrás la dársena y acceder al cauce vivo del río. Bajaba la marea y el efecto nos favorecía claramente, se traducía en una velocidad de 8 nudos, de ellos aproximadamente 3 nudos nos lo regalaba la corriente.


Pantalán en la Puebla del Río

A la altura de La Puebla del Río decidimos atracar en un pequeño pantalán que da acceso al restaurante "El Rezón" para tomar un refrigerio.

No recuerdo cuanto tiempo estuvimos allí, pero cuando salimos era de noche. Como el barco no disponía de luces de navegación, decidimos fondear en el río y continuar al día siguiente. Dicho y hecho filamos cadena a veinticinco metros de la orilla, dejando margen para no quedarnos en seco cuando bajara la marea, la sonda manual marcaba cuatro metros de profundidad. El fondeadero elegido era muy agradable. Allí pasaríamos bien la noche.


Lugar elegido para el fondeo

Serían las once de la noche cuando escuchamos, desde la oscuridad de nuestras literas, un ruido como un zumbido, que se aproximaba hacia nosotros. Se trataba de una enorme ola originada por un barco portacontenedores de casi 200 metros de eslora que se dirigía a Sevilla y que pasó a cincuenta metros de nuestro barco. La ola al colisionar por nuestro través a punto estuvo de hacernos volcar. Caímos al suelo junto al resto de los enseres. Sin duda, uno de los sustos más grandes de mi vida.


Cruce de mercantes frente a La Puebla del Río

Intentamos reponernos del incidente, pero ya no podíamos dormir. Un barco es como una caja de resonancia en donde cualquier ruido exterior se muestra en el interior multiplicado por tres. Cualquier ruido nos alarmaba. Se produjo el cambio de marea y el consiguiente borneo. La marea bajaba con fuerza y las cañas y palos que el río arrastraba golpeaban el caso. Mi hermano se quedó dormido y comenzó a roncar con entusiasmo. Estaba clara mi condena a no pegar ojo en lo que restaba de noche.

A la una de la mañana escuché un golpe seco sobre el casco, al minuto se volvió a repetir con más fuerza. Salí al exterior alarmado y la visión me horrorizó. ¡Estabamos completamente rodeados de palos!.



La Autoridad Portuaria clava troncos de eucalipto en las orillas para afianzar el terreno y así evitar la erosión de los márgenes por el efecto de las olas. Al bajar la marea comenzaron a aparecer por todas partes, aquello estaba minado y nosotros rodeados. Para complicar más la situación la niebla lo cubría todo, la imagen resultante era fantasmagórica.

Sentado en la cubierta separaba con los piés el barco de los palos. Llegó un momento que el barco quedó entre dos filas de palos que superaban en altura el francobordo del barco.

Después de tres horas, agotado y muerto de frío me eché un rato en la litera a dormir. Caí en un profundo sueño, de pronto me vi zarandeado y golpeado contra el suelo. Había pasado otro mercante. Por suerte la ola no nos estampó contra los palos, pero la situación y nuestro estado anímico eran insostenibles.

Decidimos salir de aquel laberinto de palos. Levamos ancla a las cinco de la mañana, sin luces de navegación y con niebla iniciamos un descenso del Guadalquivir terrorífico, que será objeto de comentario otro día.



Atardecer en el Guadalquivir

sábado, 22 de noviembre de 2008

Una valiente decisión

La verdad que hay días que cuesta tirar del cuerpo. La crisis que nos zarandea, cada vez con mayor virulencia, nos agobia y somete a una presión insoportable.


En estas circunstancias ¿a quién no le gustaría soltar amarras y partir hacia el Caribe abandonando los problemas?. Realmente es una decisión difícil de tomar, pero una vez realizada inolvidable.




Hoy recomiendo la lectura de "Kyo, el Atlántico a vela", aventura protagonizada por Alfonso Bonet, en un viaje de ida y vuelta al Caribe. Travesía en solitario, abordo de un veterano velero Puma 34.

Escrito como si de un cuaderno de bitácora se tratara, desarrolla en una prosa amena y divertida las incidencias del viaje: anécdotas, recomendaciones, problemas, sustos, gastronomía, etc.

http://www.masmar.com/files/alfonsobonet.pdf

Después de la lectura parece un poco más asequible cruzar el charco. Como es lógico pocos se animarán a dar el paso. Pero al menos todos habremos disfrutado al compartir esta magnífica aventura.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Ave de rapiña

Si una cosa está clara, es que la vida de estudiante está vinculada a no tener un duro. En mi caso los ingresos se reducían a las clases particulares que impartía por las tardes de lunes a viernes, y a la caridad cristiana de padres, hermanos mayores, e incluso cuñados.

En estas condiciones el planteamiento de un fin de semana en la playa, se establecía sobre criterios de máxima austeridad.

El orden de prioridades era el siguiente: coche, gasolina, cerveza y si sobraba algo de dinero, comida.

En uno de estos viajes, en el Seat Panda de mi hermano, tuvimos un incidente que hoy me viene a la memoria.



Observamos antes de salir, que el coche perdía un poco de agua por el circuito de refrigeración del motor. Nada que no se pudiera remediar con un poco de agua del grifo. Así que cargamos nuestros bártulos, cajas de botellines y tienda de campaña, y partimos en un nuevo viaje a Valdelagrana (Cádiz).


En primer lugar, parada obligada en la gasolinera. La verdad es que en esta época, teníamos un olfato muy desarrollado para calcular el consumo de gasolina del coche. Porque no le echábamos ni un litro de más. Sólo lo estrictamente necesario para el recorrido de ida y vuelta. Y pocas veces nos quedamos tirados en la carretera.

Después de esta brevísima parada, tomábamos la carretera nacional N-IV camino de Cádiz (naturalmente desechábamos la autopista. Este era un lujo que no nos podíamos permitir. Y además a nuestra velocidad crucero de 90 Km/h, ibamos a tardar lo mismo).


Debían ser algo más de las diez, cuando las prestaciones del coche, que ya en condiciones normales eran muy justitas, comenzaron a desfallecer. El circuito de refrigeración había perdido agua y el motor se calentaba con la consiguiente pérdida de rendimiento. Rellenamos con agua. Guardábamos la esperanza de poder recorrer el resto del camino hasta nuestro destino.

Aproximadamente nos quedaba la mitad.

Unos quince kilómetros después, el coche se volvió a calentar, así que tuvimos que volver a parar, y repetir la operación.


Fue entonces cuando apareció de la oscuridad un camión grúa, que debía estar por allí esperando alguna víctima. Se aproximó y nos ofreció su servicio de remolque.

Creo que si a la suma de todo el dinero que llevábamos encima, le añadíamos el valor de las cajas de cerveza, la tienda de campaña y el coche, no alcanzábamos a reunir la cantidad que aquel señor nos pedía por llevarnos al pueblo más cercano.


Obviamente desechamos cualquier tipo de ayuda externa, al menos a ese precio, y continuamos nuestro calvario particular quince kilómetros más.

La prueba de fuego iba a ser la cuesta que sigue la localidad sevillana del Cuervo, limítrofe con la provincia de Cádiz.


Y así fue. El coche no podía superar la pendiente. En gran parte la hicimos empujando. Escoltados, eso sí, por el camión grúa que nos seguía pocos metros más atrás, convencido de nuestro fracaso y de su ulterior intervención.

Realmente era como un ave de rapiña que merodeaba alrededor de su víctima, esperando el momento más propicio para precipitarse sobre ella.





Cuando alcanzamos la cima, el buitre carroñero, perdió la paciencia y abandonó la zona decepcionado. Apabullado por una victoria, ganada a pulso.



Llegamos a Valdelagrana a las dos de la mañana, habíamos tardado cinco horas, en recorrer un trayecto de una hora y media. Pero lo habíamos conseguido.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Bultaco Mercurio 155 (modelo 9)

En aquella época, mi afición por las motocicletas era un tanto exagerada, más bien parecía una obsesión monotemática. Quizás porque no tenía moto y soñaba con ellas a todas horas.

Cuando mi amigo Manolo Martín, compañero de universidad y gran aficionado, me sorprendió con la noticia que me regalaba una moto heredada de un familiar fallecido. Mi imaginación se activó inmediatamente, proyectando mil viajes y aventuras sobre mi nueva moto.


Se trataba de una Bultaco Mercurio 155. Un modelo muy ligado al medio rural.



Fabricada en 1.964, esta clásica española cubicaba 153,1 cm3 y rendía 11,6 CV a 5.500 rpm. Su velocidad máxima se aproximaba a los 80 Km/h. Cifra mágica en su momento, que se alcanzaba tras engranar las cuatro marchas disponibles.

La verdad que no era para tirar cohetes, pero a caballo regalado no se le mira el diente, y esto era lo que había. Además era un orgullo poseer una auténtica Bultaco, marca legendaria tristemente desaparecida y que despertaba en mi subconsciente recuerdos vinculados a la lectura de mil revistas.




Pronto acordamos el día y la hora de recoger la moto. Y este llegó. La primera mala noticia fue que la moto no funcionaba y necesitaríamos un vehículo para transportarla a mi casa. Esto no fue problema porque sólo disponíamos de un Seat Panda y ahí teníamos que entrar dos de mis hermanos, la moto y yo.

Era sábado por la tarde, mi amigo residía en la localidad sevillana de Cantillana. Llegamos puntuales. Como la moto era un regalo (después comprobé que efectivamente era un "regalito"), lo primero era demostrar mi agradecimiento, invitando a una copa en algún local típico de su pueblo.

El establecimiento elegido nos sorprendió gratamente. Se trataba de una antigua bodega, reconvertida en cantina. Para acceder al local había que atravesar parte de la casa de los propietarios que aquel día, bastante frío, veían la televisión acurrucados en su mesa camilla.

El interior era espectacular: techos altos de madera, paredes que habían sido blancas estaban ennegrecidas por los vapores etílicos que desprendían las barricas. Ambiente oscuro, impregando de un olor a vino y madera que abrían el apetito. Las botas se soportaban unas sobre otras. El único mobiliario existente consistía en unas mesitas de madera muy sencillas y unos taburetes.

El vino era muy barato. Se nos calentó la boca y bebimos mucho durante largo rato. A la hora de marcharnos comprobamos que estabamos muy afectados. Sobre todo mi hermano Carlos que al levantarse perdió el equilibrio y dió de bruces contra el suelo llevándose la mesa de por medio. El dueño de la bodega nos riñó con razón.

Llegó la hora de conocer la moto. ¡Qué decepción!. La moto había permanecido los últimos meses a la intemperie, en medio del campo en una parcela de la familia, y su estado era deplorable. Tuve que convencer a mi hermano para que accediera a montar aquel hierro viejo y oxidado en su coche.

Como cualquiera puede imaginar, la moto no cabía en el Panda. Así que tuvimos que ir con el portalón trasero abierto y media moto fuera. Estuvimos a punto de perder la moto en un golpetazo que dimos al pasar un badén.

El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, la primera piedra fue la Sanglas y la segunda la Bultaco. De Guatemala pasé a Guatepeor.

Como no podía/quería gastar más dinero en el taller opté por restaurar la moto yo mismo. A tan noble operación se apuntó mi compañero Rafa Asuar. Entre los dos, en el garaje de casa de mi abuela, desguazamos la moto. Nuestra experiencia en el campo de la mecánica no iba más allá de arreglar un pinchazo en una bicicleta. Pero desmontar es tarea fácil. Cosa de niños. Aquello fue un puzzle sencillo de deshacer pero que después no supimos reconstruir.

Creo que el mecánico se estaba haciendo de oro a mi costa, así que cuando me vió aparecer con aquellos cajones repletos de piezas de lo que parecía una moto, se frotó las manos.
Unas semanas después la vieja Bultaco había recobrado la vida.



La moto funcionaba, pero honestamente no era lo que había soñado. Al acelerar expelía un imponente petardazo al tiempo que expulsaba una llamarada de fuego por el escape.

Mis hermanos esperaban en casa para probar la moto, y al verme aparecer en esta moto de circo se morían de la risa. Mi padre asustado, se asomó por la ventana para ver que sucedía allí.

Frente a la puerta de mi casa había una zona muy bacheada, al pasar por aquel lugar con la moto sufrí la rotura de la suspensión delantera. A punto estuve de salir volando por encima del manillar porque la moto se frenó de golpe. La horquilla no tenía reparación posible y debía ser sustituida.

La moto se la regalé a un amigo de mi hermano que restauraba motos antiguas. Tengo entendido que hizo un buen trabajo. La Bultaco Mercurio 155 recuperó el esplendor perdido, cuarenta años después de su nacimiento.


martes, 11 de noviembre de 2008

Sanglas 500 S

La Sanglas 500S se fabricó entre los años 1.976 y 1.978. Este modelo supuso el reencuentro de Sanglas con el medio litro tras 23 años.

Por su alto nivel de prestaciones fue comparada en su época con la Yamaha SR-500. Como novedad respecto al modelo predecesor incorporaba frenos de disco in board (inventados por Sanglas), y rendía 32 CV a 6.700 rpm.



Un buen día mi hermano mayor me informó que un conocido suyo, vendía una Sanglas 500S por 30.000 pesetas. Al parecer la moto funcionaba perfectamente y a pesar de sus años presentaba un aspecto muy bueno.

Este anuncio de venta coincidió con las navidades, fiesta en la que mi maltrecha economía de estudiante se recuperaba un poco, y alcanzaba las cotas de prosperidad más altas de todo el año.

Con sufrimiento pude reunir la cantidad exigida. Inmediatamente adquirí aquella preciosidad de moto, que efectivamente estaba muy bien conservada. La recuerdo con especial cariño porque, entre otras cosas, se trataba de mi primera moto. La ilusión era grande y no me importó que en la presentación, el arranque eléctrico no funcionara y que por tanto la puesta en marcha fuera a patada. Este era un detalle menor, sin importancia para un chaval de mi edad.

Sin perder tiempo, arranqué la moto y corrí presto a enseñarla a mis hermanos. Creo que era el día más feliz de mi vida. Pero la alegría duró poco, porque la moto no volvió a arrancar. Al parecer "el vendedor" había ocultado una avería interna del motor. El alternador estaba roto, no cargaba la batería, esta se descargaba, y la moto no arrancaba. La decepción fue grande porque mi economía no tenía visos de recuperarse en meses, y menos en la cuantía que exigiría una reparación de estas características. Mi padre se apiadó de mi y pagó la que sería la primera factura de la Sanglas. La seguirían otras.

Sanglas 500S, perfectamente conservada.



La moto era una auténtica gozada para los sentidos. En parado sólo la contemplación de su bella estampa compensaba la compra. En marcha, poseía unos bajos muy poderosos que la hacían avanzar con facilidad y soltura. Los pistonazos se sentían con claridad bajo el asiento. El sonido era simplemente espectacular. Los que hayan escuchado una Sanglas, saben de lo que hablo.

De las motos que he tenido en mi vida esta, sin duda, ha sido la que más he empujado. Normalmente camino del taller. La cruda realidad se imponía una y otra vez, era imposible mantener una moto antigua de estas características sin dinero. El poco dinero que tenía lo invertía en ella pero no era suficiente. Sería injusto no dejar constancia de las grandes satisfaciones que me proporcionó la Sanglas en el corto periodo de tiempo que pude disfrutarla.

La última vez que la vi, me la pidió mi hermano para dar un paseo. En esta ocasión fue él quién la acompañó al taller, por el que al parecer, tenía cierta querencia. En lo que significó su último viaje.






domingo, 9 de noviembre de 2008

Un día de pesca


En una de aquellas jornadas lúdicas tan memorables, quedé con mis amigos Adriano y Javier León para ir de pesca.

El padre de Adriano, gran aficionado a la pesca, se brindó a dejarnos algunas de sus cañas. La verdad es que tenía muchas, muy buenas y caras. Con mesura y conocimiento nos fue enseñando su extensa colección al tiempo que nos indicaba las características técnicas de aquellos fabulosos carretes.

Una de ellas, su favorita, tenía un gran valor sentimental, porque había sido de su padre y aglutinaba los recuerdos del ser querido perdido para siempre.


Llegó la hora del reparto: a su hijo le dio una de las regulares, a mi amigo Javier una del montón. Cuando llegó mi turno dudó unos instantes y finalmente me entregó la de su padre.


Unos meses más tarde mi amigo Javier León vendió su Renault 12 ranchera. La caña de pescar del abuelo de mi amigo iba dentro del coche y nadie reparó en ello.


Han pasado muchos años de aquello y todavía no tengo constancia que el padre de Adriano la haya reclamado.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Aprendiendo a navegar a vela

Ya teníamos el barco, el titulín y mucha ilusión por aprender a navegar.


Después de nuestra primera experiencia tan amarga con el pantalán, entendimos que para soltarnos y ganar confianza, necesitábamos recibir algunas clases prácticas de algún amigo con conocimientos en la navegación a vela.


En los últimos años había disfrutado de la amistad y confianza del suegro de mi buen amigo Javier León. Con él una vez al año, en el mes de octubre, nos enrolábamos para realizar el ascenso del Guadalquivir, desde "El Rompido" a "La Puebla del Río". 40 años de experiencia en la navegación a vela le erigía como mi candidato favorito a instructor.






Recuerdo perfectamente esta primera clase práctica, muy básica, en la que navegamos primero sólo con foque, después sólo con mayor y al final del día con foque y mayor. Estudiábamos el comportamiento del barco y la posición de las velas según el rumbo emprendido. En una de estas maniobras, practicando la trasluchada, la botavara barrió la bañera y a su paso se llevó mi cabeza por medio en un dolorosísimo "¡gong!.

Al día siguiente, con un chichón en la frente, y algo más de confianza, invité, a mi primera navegación a vela en solitario a mi hermana Cristina, a mi hermano Carli, a su novia ahora mujer Mirian y a mi novia ahora mujer Eva. Menciono estos nombres con cariño y agradecimiento porque sé, que ellos igual que yo, no olvidarán nunca aquel día de navegación. Fueron testigos de excepción, como conejillos de indias, de la inoperancia e incompetencia del patrón y del susto tan grande que todos nos llevamos de vuelta a casa, y creo que en el caso de algunos de ellos, imborrable y para toda la vida.

Ahora con más experiencia, y muchas carencias, extraigo la conclusión "que para aprender no existe otro camino que la práctica", pero que mi inconsciencia en aquellos momentos me colocaba en una situación de riesgo permanente.

Estos "sustos"en ningún caso me desanimaron, más bien todo lo contrario. Así que pronto, mi socio de barco y yo organizamos una travesía de altura para nuestra escasa preparación: Puerto Sherry- Sevilla. Un viaje inolvidable, que por no hacer muy larga esta historia, ya contaré otro día.

martes, 4 de noviembre de 2008

Mi primer barco. Los comienzos.

Adivino que el título suena un poco pretencioso, pero nada más lejos de la realidad.

La idea original era la de adquirir un velero de 4 ó 5 metros de eslora, tipo raquero, para navegar por el río Guadalquivir. Incluso quizás adaptarle un pequeño motor de 2,5 CV para superar las calmas, o simplemente navegar a motor.

Mi presupuesto rondaba los 1.500 €, y naturalmente con este "poderío" económico la empresa se prometía difícil. A modo informativo comentar que un raquero nuevo, de las características descritas anteriormente, costaba unos 6.000 €. La oferta de raqueros de segunda mano era escasa, y la mayoría se vendían en provincias lejanas que complicaban la operación. Estaba claro que con 1.500 € podía aspirar a una tabla de surf, pero no a un velero.

Hablando de todo esto con un amigo, encontré un aliado con el que aspirar a alcanzar este sueño tan costoso.

Nuestra ilusión era grande y los desengaños también, cuando verificábamos "in situ" que el estado real de los barcos visitados no coincidía nunca con lo anunciado.

Hasta que un día, casi de casualidad, lo encontramos. Fue en Puerto Sherry, en la náutica de Jeanneau. No lo dudamos ni un instante, aquel era nuestro barco: un precioso Jeanneau Sun Fast 17, de segunda mano con poco más de dos años y en un estado impecable. El único problema era el precio 9.000 €, el triple de lo proyectado.




Todas las mañanas desayunábamos con el director de una sucursal de Banesto muy próxima a nuestra oficina. Bajo la condición de llevarlo a pescar con su hijo pequeño y después de algunas cervezas, al medio día habíamos resuelto el problema finaciero. Estábamos exultantes de felicidad.

Nos quedaba un segundo escollo por solucionar: no disponíamos de la titulación más básica para patronear nuestro velero, pero tampoco de los conocimientos ni de la práctica. Tuvimos suerte y la Federación Andaluza de Vela impartía aquella semana el curso para acceder al "Titulín", que era de dos días incluido el exámen.

Lo cierto es que para los más jóvenes, con cierto hábito de estudio, el "temario", que se resumía en dos folios, era muy sencillo. Pero para algunas personas mayores aquello era muy complicado.
En el exámen copiaban unos de los otros, el profesor Nicolás Mariño, con enorme paciencia suplicaba silencio. Había un señor, el más pegado de todos y el que más copiaba, que estaba operado de laringe y tenía una cánula para poder hablar, lo que le dificultaba el modular el tono de voz que además era extremadamente metálico, hasta el extremo que a veces se acoplaba y pitaba. Así a la mitad del exámen escuchábamos como un micrófono en pruebas ¡piiiiiiiiiiii....pásame la segunda....piiiii! y el profesor el pobre, desesperado, miraba para otro lado.
Una vez resuelto el papeleo sólo nos quedaba estrenar nuestro barco. Con toda la ilusión del mundo nos presentamos a la hora convenida en el puerto para entregar el dinero, firmar los documentos pertinentes y hacernos a la mar.
Ya en el coche, llegando al Puerto de Santa María, se notaba algo de viento, pero en el pantalán soplaba fuerza 5. El vendedor nos apretó la mano y se despidió, no sin antes recomendarnos que dejáramos la vuelta en barco para otro día. A lo que nosotros contestamos que sí.



Cuando se fue, nos miramos a los ojos y no nos hizo falta más explicaciones, arrancamos y partimos hacia nuestro nuevo pantalán.
Yo iba al timón, mi amigo de pié, en un lateral, agarrado a un obenque, disfrutando del fresquito. Cuando enfilamos hacia nuestro pantalán el viento de levante nos impulsó por la popa y la nave adquirió más velocidad, mi amigo no entendía nada y sólo se agarró con más fuerza a los cables. Yo puse el motor en punto muerto pero la velocidad no disminuía. Ibamos directos al barco del vecino. En una maniobra de supervivencia viré a estribor y nos dirigimos, ya sin solución, contra el pantalán, mucho más fuerte que nosotros.
El impacto fue terrible. El barco lucía un precioso botalón en su proa. Con él atravesó el monolito de servicios múltiples de luz y agua, y en el retroceso lo desencajó de su base quedando colgado del botalón. No nos podíamos creer que el barco permaneciera a flote y que sólo tuviera un rasguño en la proa.

La experiencia nos entristeció mucho, porque el comienzo no podía haber sido peor. Ahora, sin embargo cuando lo recordamos nos reímos y cuando vemos, sobre todo en los meses de verano, a dos novatos a bordo, ilusionados con su nuevo barco, corremos prestos a socorrerlos.