martes, 4 de noviembre de 2008

Mi primer barco. Los comienzos.

Adivino que el título suena un poco pretencioso, pero nada más lejos de la realidad.

La idea original era la de adquirir un velero de 4 ó 5 metros de eslora, tipo raquero, para navegar por el río Guadalquivir. Incluso quizás adaptarle un pequeño motor de 2,5 CV para superar las calmas, o simplemente navegar a motor.

Mi presupuesto rondaba los 1.500 €, y naturalmente con este "poderío" económico la empresa se prometía difícil. A modo informativo comentar que un raquero nuevo, de las características descritas anteriormente, costaba unos 6.000 €. La oferta de raqueros de segunda mano era escasa, y la mayoría se vendían en provincias lejanas que complicaban la operación. Estaba claro que con 1.500 € podía aspirar a una tabla de surf, pero no a un velero.

Hablando de todo esto con un amigo, encontré un aliado con el que aspirar a alcanzar este sueño tan costoso.

Nuestra ilusión era grande y los desengaños también, cuando verificábamos "in situ" que el estado real de los barcos visitados no coincidía nunca con lo anunciado.

Hasta que un día, casi de casualidad, lo encontramos. Fue en Puerto Sherry, en la náutica de Jeanneau. No lo dudamos ni un instante, aquel era nuestro barco: un precioso Jeanneau Sun Fast 17, de segunda mano con poco más de dos años y en un estado impecable. El único problema era el precio 9.000 €, el triple de lo proyectado.




Todas las mañanas desayunábamos con el director de una sucursal de Banesto muy próxima a nuestra oficina. Bajo la condición de llevarlo a pescar con su hijo pequeño y después de algunas cervezas, al medio día habíamos resuelto el problema finaciero. Estábamos exultantes de felicidad.

Nos quedaba un segundo escollo por solucionar: no disponíamos de la titulación más básica para patronear nuestro velero, pero tampoco de los conocimientos ni de la práctica. Tuvimos suerte y la Federación Andaluza de Vela impartía aquella semana el curso para acceder al "Titulín", que era de dos días incluido el exámen.

Lo cierto es que para los más jóvenes, con cierto hábito de estudio, el "temario", que se resumía en dos folios, era muy sencillo. Pero para algunas personas mayores aquello era muy complicado.
En el exámen copiaban unos de los otros, el profesor Nicolás Mariño, con enorme paciencia suplicaba silencio. Había un señor, el más pegado de todos y el que más copiaba, que estaba operado de laringe y tenía una cánula para poder hablar, lo que le dificultaba el modular el tono de voz que además era extremadamente metálico, hasta el extremo que a veces se acoplaba y pitaba. Así a la mitad del exámen escuchábamos como un micrófono en pruebas ¡piiiiiiiiiiii....pásame la segunda....piiiii! y el profesor el pobre, desesperado, miraba para otro lado.
Una vez resuelto el papeleo sólo nos quedaba estrenar nuestro barco. Con toda la ilusión del mundo nos presentamos a la hora convenida en el puerto para entregar el dinero, firmar los documentos pertinentes y hacernos a la mar.
Ya en el coche, llegando al Puerto de Santa María, se notaba algo de viento, pero en el pantalán soplaba fuerza 5. El vendedor nos apretó la mano y se despidió, no sin antes recomendarnos que dejáramos la vuelta en barco para otro día. A lo que nosotros contestamos que sí.



Cuando se fue, nos miramos a los ojos y no nos hizo falta más explicaciones, arrancamos y partimos hacia nuestro nuevo pantalán.
Yo iba al timón, mi amigo de pié, en un lateral, agarrado a un obenque, disfrutando del fresquito. Cuando enfilamos hacia nuestro pantalán el viento de levante nos impulsó por la popa y la nave adquirió más velocidad, mi amigo no entendía nada y sólo se agarró con más fuerza a los cables. Yo puse el motor en punto muerto pero la velocidad no disminuía. Ibamos directos al barco del vecino. En una maniobra de supervivencia viré a estribor y nos dirigimos, ya sin solución, contra el pantalán, mucho más fuerte que nosotros.
El impacto fue terrible. El barco lucía un precioso botalón en su proa. Con él atravesó el monolito de servicios múltiples de luz y agua, y en el retroceso lo desencajó de su base quedando colgado del botalón. No nos podíamos creer que el barco permaneciera a flote y que sólo tuviera un rasguño en la proa.

La experiencia nos entristeció mucho, porque el comienzo no podía haber sido peor. Ahora, sin embargo cuando lo recordamos nos reímos y cuando vemos, sobre todo en los meses de verano, a dos novatos a bordo, ilusionados con su nuevo barco, corremos prestos a socorrerlos.

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