sábado, 29 de noviembre de 2008

Una noche en el barco.

Para los que tengan más experiencia en el mundo de la navegación, este artículo les parecerá una patochada, pero seguramente los más novatos se sentirán identificados con la historia que relataré a continuación:

Los aficionados al mar, no tenemos pereza en leer revistas y libros, estudiar cursos, que nos enseñan la teoría del barco, de las maniobras y de la navegación. Ahora bien, estos conocimientos hay que llevarlos a la práctica y ahí comienzan los problemas.


Balizamiento del río Guadalquivir

En concreto me centraré en la experiencia de pasar una noche fondeado lejos de la seguridad y abrigo de un puerto o un pantalán.

Mi primera experiencia en este sentido la viví con mi hermano Josema en el río Guadalquivir, abordo de un Jeanneau Sun Fast 17. Creo que era la primera vez que mi hermano se subía a un barco, entre otras cosas porque por entonces se mareaba hasta en una bicicleta.

Si no recuerdo mal finalizaba el mes de febrero, era viernes y disponíamos de todo el fin de semana para disfrutar del barco. La predicción meteorológica se mostraba muy favorable para nuestro objetivo de bajar el río Guadalquivir. Desde el Club Náutico de Sevilla hasta Chipiona, en donde habíamos quedado con unos amigos.

Abandonamos nuestro pantalán exultantes, impulsados por los cuatro caballos de nuestro pequeño fueraborda, bajo un cielo azul intenso. En poco tiempo llegamos a la esclusa en donde tuvimos que esperar la apertura de sus compuertas para poder dejar atrás la dársena y acceder al cauce vivo del río. Bajaba la marea y el efecto nos favorecía claramente, se traducía en una velocidad de 8 nudos, de ellos aproximadamente 3 nudos nos lo regalaba la corriente.


Pantalán en la Puebla del Río

A la altura de La Puebla del Río decidimos atracar en un pequeño pantalán que da acceso al restaurante "El Rezón" para tomar un refrigerio.

No recuerdo cuanto tiempo estuvimos allí, pero cuando salimos era de noche. Como el barco no disponía de luces de navegación, decidimos fondear en el río y continuar al día siguiente. Dicho y hecho filamos cadena a veinticinco metros de la orilla, dejando margen para no quedarnos en seco cuando bajara la marea, la sonda manual marcaba cuatro metros de profundidad. El fondeadero elegido era muy agradable. Allí pasaríamos bien la noche.


Lugar elegido para el fondeo

Serían las once de la noche cuando escuchamos, desde la oscuridad de nuestras literas, un ruido como un zumbido, que se aproximaba hacia nosotros. Se trataba de una enorme ola originada por un barco portacontenedores de casi 200 metros de eslora que se dirigía a Sevilla y que pasó a cincuenta metros de nuestro barco. La ola al colisionar por nuestro través a punto estuvo de hacernos volcar. Caímos al suelo junto al resto de los enseres. Sin duda, uno de los sustos más grandes de mi vida.


Cruce de mercantes frente a La Puebla del Río

Intentamos reponernos del incidente, pero ya no podíamos dormir. Un barco es como una caja de resonancia en donde cualquier ruido exterior se muestra en el interior multiplicado por tres. Cualquier ruido nos alarmaba. Se produjo el cambio de marea y el consiguiente borneo. La marea bajaba con fuerza y las cañas y palos que el río arrastraba golpeaban el caso. Mi hermano se quedó dormido y comenzó a roncar con entusiasmo. Estaba clara mi condena a no pegar ojo en lo que restaba de noche.

A la una de la mañana escuché un golpe seco sobre el casco, al minuto se volvió a repetir con más fuerza. Salí al exterior alarmado y la visión me horrorizó. ¡Estabamos completamente rodeados de palos!.



La Autoridad Portuaria clava troncos de eucalipto en las orillas para afianzar el terreno y así evitar la erosión de los márgenes por el efecto de las olas. Al bajar la marea comenzaron a aparecer por todas partes, aquello estaba minado y nosotros rodeados. Para complicar más la situación la niebla lo cubría todo, la imagen resultante era fantasmagórica.

Sentado en la cubierta separaba con los piés el barco de los palos. Llegó un momento que el barco quedó entre dos filas de palos que superaban en altura el francobordo del barco.

Después de tres horas, agotado y muerto de frío me eché un rato en la litera a dormir. Caí en un profundo sueño, de pronto me vi zarandeado y golpeado contra el suelo. Había pasado otro mercante. Por suerte la ola no nos estampó contra los palos, pero la situación y nuestro estado anímico eran insostenibles.

Decidimos salir de aquel laberinto de palos. Levamos ancla a las cinco de la mañana, sin luces de navegación y con niebla iniciamos un descenso del Guadalquivir terrorífico, que será objeto de comentario otro día.



Atardecer en el Guadalquivir

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